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BOQUERONES A LA DERIVA: Rueda de carreta en Lagunillas

Por JESÚS REINA

La Málaga mutante, cambiante y de callejas empedradas, la que supeditaba su vida al puerto, a las ventas del cenachero, las jábegas descascarillás por el salitre y las kermesses florales de las familias de bien, ha vivido acordonada en más de una ocasión. En 1833, llegaba la noticia de que la epidemia de cólera había entrado en la provincia de Badajoz por Villaviciosa, y la Junta Superior de Sanidad malagueña se preparó para lo inevitable. Se decretaron las medidas higiénicas clásicas, como la prohibición de tirar basuras y escombros en la vía pública y la vigilancia del ganado doméstico que cohabitaba en corrales y edificaciones bastas con los cerca de cincuenta mil vecinos que debían de vivir en la ciudad por aquellos años; aun así, pasarían décadas antes de que por ordenanza municipal se impusiera la sana costumbre de refrescar las puertas de entrada y sus alrededores varias veces al día, estampa bucólica y casi perdida a día de hoy.

Así las cosas, el primer enfermo detectado resultaría ser un marinero de El Caimán, que vivía en calle Alcazabilla, y que fue atendido por mi homónimo el Dr. Reina por aquello del septiembre de 1834. La ciudad de Málaga se dividiría en 24 cuarteles administrativos en función de sus barrios, y se trataría el asunto con cierto clasismo higiénico y sanitario antes de entrar de bruces en otro brote, pero de viruela, que esta vez llegaba a través de los pueblos y no desde el mar. Y es que estamos hablando de los tiempos anteriores a John Snow (el del pozo, no el de los dragones), la teoría germinal de Pasteur y que a la gripe se la acusara de ser española. Pero Málaga cambió con sus brotes de cólera, remodelando sus calles y edificios, con sus planes canovescos de ensanche y planteamiento urbano, trayendo de vuelta a la población arrabalera hacia el centro desamortizado de la ciudad, y con sus medidas para ampliar el puerto y construir una gran calle lariada que conecte mar y corazón urbano.

El tráfico rodado de mulilla, carruaje, carreta y medina musulmana también se vio ensanchado, y se optó por planos geométricos allí donde se lo permitió el trazado, y todo se hizo sin tener en cuenta las atascantes necesidades de los futuros automóviles, empezando por el oldsmobile de 1907, que no se popularizarían en Málaga hasta bien entrado su siglo XX. Y entonces pasa que la ciudad crece y se llena, y prospera, pero luego se vacía, porque llegan las últimas y pesimistas guerras de independencia de finales de siglo que requieren de lozanos soldados. Y también se lidia con la endemoniada filoxera, que aniquila la maltrecha economía vinícola de la provincia que se servía del puerto de la ciudad para abrirse al mundo. Y con el dichoso bicho, se acabó la antigua pasa malagueña, que ha quedado fuera del paladar para siempre, al menos con su denominación de origen, y que habría de ser sustituida eventualmente por cepas del sur de Francia, aunque el final de esta historia no deje de ser dulce.

Entonces, la ciudad de Málaga llega a tener sus buenos ciento treinta mil habitantes, aunque una parte opte por partir allende los mares en busca de empleo y una mejor vida, sobre todo en Méjico y Argentina. Y las calles empedradas y pavimentadas empiezan a desaparecer casi por completo, porque la Segunda Guerra Mundial trae tecnología y descubrimientos, y hace popular el asfalto y el alquitrán. Y de pronto, los bolardos, como los del barrio de Lagunillas, pasan de servir para delimitar la inexistente acera a impedir el ajustado tráfico rodado, aunque de éstos últimos tenemos la constancia de su desaparición.

Y la Málaga sigue cambiando, progresando, avanzando quién sabe hacia dónde y hacia qué. Pero sus barrios perseveran en su personalidad y se llenan de detalles bucólicos, anacrónicos y reliquias del pasado, como la fuente de Olletas ya casi en la plaza de los Monos. Hoy, el barrio de Lagunillas contiene arte y cultura, y esto no significa que antes estuviera exento de pinceladas, cantaores y verdiales, pero sus actuales graffitis son hermosos, urbanos, coloridos y modernos, y en algunos espacios prosperan los centros de cultura y las librerías alternativas, un taller para arreglar bicicletas y hasta una pintoresca princesa del pueblo sentada en una silla verde anea.

A dos pasitos se podría decir que está todo. Ruinas de garum y recuerdos de cines demolidos, un trozo de muralla tapiada y un obelisco liberal de 1832 junto a un Picasso contemporáneo sedente y algo ausente de bronce y media sonrisa monalisesca. La ciudad de Málaga de hoy en día es extraña, viva, cosmopolita y de contrastes. No se puede decir que todo comenzara con un brote, aunque en algún sitio hubo de brotar el primer jazmín de su biznaga, una unión de cardos y nardos que en conjunto desprende su buen aroma y perfume. Málaga, regalo de Dios.

FOTO: @malagaciudadmutante

¿Quieres ser un boquerón a la deriva? Lee la invitación que enviamos a los artistas y escritores que colaboran en Derivas. Extravíos en la ciudad del paraíso. Ciento quince aceptaron jugar y nos enviaron sus propuestas. Pero hay infinitas “derivas” posibles. ¿Se te ocurre alguna? Lee con atención el texto de la invitación https://ateneomalaga.org/wp-content/uploads/publicaciones/derivas/contraportada-derivas.jpg  y piérdete, sueña la ciudad, invéntatela…, luego envíanos tu texto a: blog@ateneomalaga.org

Las derivas seleccionadas se difundirán a través de las distintas plataformas y canales del Ateneo de Málaga.

“DERIVAS. Extravíos en la ciudad del paraíso” es un proyecto creado y dirigido por Lidia Bravo y Vicky Molina

VOCALÍA ACCIÓN LITERARIA

1 Comment

  • Aurora L.
    12/09/2023

    Interesante texto, a ver por cuánto tiempo consigue Lagunillas mantener su carácter de auténtico Soho de la ciudad, la especulación aprieta… Enhorabuena por el proyecto DERIVAS, rica propuesta llena de reflexiones y textos que debería ayudar a algunos entes a meditar para evitar tomar decisiones que luego no tengan marcha atrás.

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