El escultor y poeta malagueño Juanjo Almeda, que expone en la Sala Rafael Pérez Estrada hasta el próximo 21 de febrero, cuenta sus inicios en el mundo del metal y su proceso creativo, esculpiendo con pasión y convirtiendo la amoladora en el cincel del que extrae la forma a partir de un bloque macizo
FOTOS: VICTORIA ABÓN
¿Cómo surgió tu interés por trabajar el acero?
Voy a empezar diciéndoos un dato curioso; cuando el público ve mis esculturas por primera vez cree que han sido realizadas mediante moldes y metal fundido, siempre ocurre lo mismo cuando se las muestro. Nada hay de eso en el proceso de creación de mis piezas. Como el escultor que cincela en un bloque cuadrado de piedra, ya sea el mármol u otro material, así trabajo las piezas de acero macizo de mis composiciones escultóricas, en mi caso, las dos herramientas principales que utilizo son la máquina de soldar eléctrica y la amoladora radial, con esta última es con la que tallo o esculpo la forma de las piezas y doy el acabado final.
El proceso es fácil de explicar -difícil de realizar- y algo que le cuesta creer al observador.
Para unas esculturas primero fabrico yo mismo el bloque de acero del que voy a partir, esto lo hago cuando el macizo del volumen, o sea, la masa del cuerpo principal de la escultura es considerable; uno varios materiales de trozos macizos mediante soldaduras, una vez hecho esto, la amoladora radial es la encargada, bajo mi mano, de cortar, rebajar, desbastar, lijar y pulir dando forma a la imagen que quiero representar extraída de un solo bloque, para otras utilizo el mismo proceso, pero añadiendo y uniendo más piezas al conjunto, como si fuera un pequeño rompecabezas o un mecano.
En varias ocasiones, ante el asombro y la incredulidad, cuando he explicado esto ante una de mis esculturas ya acabada, me han respondido: “¡¿Que tú has hecho esto con una radial…?!”
¿Qué te atrae de este proceso tan artesanal?
Lo que me atrae de este proceso artesanal es el encuentro directo entre lo frágil de lo vivo y lo duro del acero, transferirle con mis propias manos al acero la fragilidad que contiene aquello que la escultura representa; la fragilidad, pero también la fortaleza. La fragilidad y la fortaleza van cogidas de la mano en una paradójica dualidad. Para mí es un necesario reto unir estos dos conceptos en un bloque de acero o en un conjunto de piezas soldadas y talladas o esculpidas con la pasión del amor al arte.
Tu obra se caracteriza por una gran variedad de temáticas, desde la naturaleza hasta la psicología humana. ¿Cómo nace la idea para cada una de tus esculturas?
De la misma manera que va transcurriendo la vida así van surgiendo los temas de mis esculturas, igual que en mi poesía. No tengo un ritual específico para acometer el trabajo de esculpir, como poeta tampoco tengo rituales para escribir, el proceso en ambos casos es el mismo prácticamente, tener algo que decir o hacer y proceder a ello. Precisamente mediante la inspiración, abstracción, dedicación y el trabajo.
El acero es un material duro y resistente, pero tus obras transmiten una gran delicadeza y sensibilidad. ¿Cómo logras esa dualidad?
A la primera parte del enunciado: Muchas gracias…
En realidad esa dualidad existe de por sí, yo no la creo, la destapo, la forma de destaparla es el proceso de esculpir; añadir el acero que falta y eliminar el acero que sobra. En la inevitable fragilidad también está la belleza, y en esta belleza la fuerza de lo efímero y lo verdadero.

Tu trabajo como escultor guarda una estrecha relación con la poesía. ¿Cómo se complementan ambas disciplinas en tu vida artística?
Como comenté anteriormente, la temática en mis esculturas y en mi poesía surge de manera simultánea como el transcurso de la vida misma, la relación entre ambas ocurre de forma natural.
¿Dónde podemos leer algo de tu poesía?
En mi libro titulado “Biográfica intemperie”, editado por Jákara Editores en el año 2021, con prólogo del poeta madrileño Luis Martínez de Merlo.
Tus primeros contactos con el acero fueron en un entorno industrial. ¿Cómo influyó esa experiencia en tu formación como escultor?
Crecí cerca de un pequeño polígono industrial, en La Pelusa, una zona del barrio malagueño El Palo. Junto a mi casa había dos talleres de metal, ambos pertenecían a una empresa familiar llevada por varios hermanos que eran vecinos míos. Cerca de la zona había otros talleres, también de vecinos amigos y conocidos. A todas horas se escuchaba el ruido de las máquinas, soldadoras, amoladoras radiales y golpes de martillo, entre otras cosas. Algo de eso debió de influirme de alguna manera para tener mis primeros contactos con el metal.
Un día, siendo adolescente, en uno de estos talleres en los que trabajaban dos amigos, uno de ellos me dejó probar una máquina de soldar sin haber tocado yo una en mi vida, en donde me di cuenta, y mis amigos también, que sabía soldar de una forma aceptable, tan sólo me llevó unos minutos familiarizarme con la herramienta para hacer uso de ella sin haber practicado antes.
Años después decidí dedicarme a trabajar con el metal, hacía carpintería metálica y montaba estructuras y otras maquinarias. Disfrutaba con lo que hacía y trabajaba con ímpetu y pasión cuando lo hacía a mi ritmo y a mi manera, lo que no me gustaba nada eran las condiciones laborales: fabricación de piezas en serie, todo el día haciendo lo mismo durante interminables horas, los jefes siempre metiendo presión para que sacáramos más cantidad de productos adelante, las contaminadas atmósferas del humo de la soldadura y ni una sola mascarilla para ningún trabajador por parte de la empresa, etc. En fin, a mí me encantaba trabajar el metal, pero a mi manera, a mi ritmo, hacerlo muy bien y como si fuera un trabajo para mí, no para otras personas. Tuve un jefe que me regañaba porque hacía las cosas «demasiado bien”, pretendía que las hiciera peor, que soldara peor y más rápido para hacer más cantidad de productos. Eso era para mí demencial.
A los once años de empezar en la industria la dejé. Durante mi paso por la metalurgia sentía a menudo la llamada del arte, el acero con el que trabajaba a diario me pedía a gritos que lo liberara de esa monótona trivialidad y lo convirtiera en arte, libre arte.
Y yo soñaba muchas veces con conseguirlo. Soñaba.
Eres un artista muy arraigado a tu tierra, Málaga, por lo que tus raíces están presentes en tu arte…
Pienso que a cada artista le influye su entorno de alguna manera. ¿Cómo después de haber nacido, haber crecido y seguir viviendo en este mismo lugar no escribir o esculpir sobre algo de esa tierra? Es imposible no hacerlo, aunque sea alguna vez.

Has mencionado tu fascinación por los libros, los pájaros y la anatomía o temas universales como el amor, la espiritualidad y la ecología. ¿Qué significado tienen estos elementos en tu obra?
Son eslabones en la cadena de transmisión de la vida. Y significan lo que son.
¿A qué otros artistas te sientes cercano o que han influido en tu trabajo?
Siempre se puede aprender algo de otros artistas, la retroalimentación es importante.
Podría estar influenciado por cualquier artista y yo no saberlo.
Soy una persona y un artista cercano, doy gracias por quien lo es conmigo.
¿Cuáles son tus proyectos futuros?
Quiero seguir haciendo lo que hago, a este ritmo y de esta manera. Lo que venga sea bienvenido.

TIEMPO DE VENCEJOS
Ya es tiempo de vencejos,
los veo cómo vuelan
y oigo sus sonidos
de cantos en el aire.
La primavera viene
volando tras la esquina
y esparce con sus alas
el polen en un viento
bordado con aromas
y en lirios que se abren
a un gran febril mañana.
Ya es tiempo de vencejos
en este techo mío
del cielo de mi boca
que canta aquí tu nombre
impreso en mis palabras.
Es tiempo de vencejos
en esta alegoría
celeste de este cuerpo
que da cabida al alma
al lado de mi espíritu,
en donde habita un pájaro.
Es tiempo de vencejos
y el tiempo vuela y pasa
y quiero acariciarlo
ahora y cada día
mirándote a los ojos,
tocando tu cabello,
la luz que hay en la vida
y el tacto de tus manos
de seda mientras brotan
los labios de las flores.
(Juanjo Almeda)