Por CRISTINA JORDÁ DÍAZ
La salida extraordinaria de una Cofradía me da la oportunidad de volver al barrio de mi infancia. Me recuerdo feliz, quizás con una vida menos agendada, más sencilla, sin tantas necesidades de tener, de salir, de fingir… entonces la infelicidad solo consistía en un suspenso en matemáticas o en que mi padre no me dejara asistir a una fiesta.
Vuelvo a reconocer ese olor a azahar camino del Santuario de la Victoria, con el que no necesitaba reloj pues sus campanas marcaban las horas de mis días, reconozco el jardín donde jugaba y me compraban ositos de regaliz, paseo de nuevo por las calles Gordon, Manrique, Lagunillas, María, Fernando el Católico, leo sus nombres en viejas paredes y resuenan en mi mente golpeando mis recuerdos. Avanzo despacio reconociendo cada rincón, cada portal donde despedía a mis compañeras a la vuelta del colegio, la esquina donde escondida di mi primer beso o aquel banco que parecen tener el mismo aspecto que cuando me sentaba en él a compartir confidencias.
Mis pasos me llevaron ante el número 8 de una calle empinada. Era la calle, era el sitio, pero ahora dos chalets pareados y modernos habían sustituido aquella casa mata de tejas verdes salpicadas con un atrio en el que tantas veces había jugado con mi hermano a los cromos. Me sentí abrazada por la decepción.
Una lágrima hizo que cerrara los ojos y automáticamente apareció mi abuela, con sus pasos acelerados y los bolsillos llenos de chucherías, rosarios y pañuelos, percibí el olor a colonia fresca, y el sonido de sus besos “apretaos”. De repente estaba en esa casa de habitaciones secretas llenas de libros y cajones con botones de colores, con un frío y soleado cuarto de baño donde imitaba a los mayores fumando con el vaho frente al espejo y recorría un patio lleno de macetas colgadas, separadas con tapones de champú para evitar que mancharan de tierra la pared encalada.
Me vi escondida tras los visillos observando a aquellos chicos que libres, reían y gritaban montados en sus motos aparcadas junto a las escaleras, grada callejera donde se divertían tomando una cerveza.
Las vivencias en esa casa sin lujos, con juegos de cartas y parchís, con meriendas de leche condensada, bocadillos de chocolate y hoyitos de aceite se agolparon en mi mente. No quería abrir los ojos, no quería que desaparecieran todos aquellos recuerdos que me daban la certeza de que allí fui feliz porque el corazón aún me daba volteretas.
FOTO Iglesia de San Lázaro: @malagaciudadmutante
¡Participa! Las derivas seleccionadas de las recibidas a lo largo de este año picassiano se irán difundiendo a través de las distintas plataformas y canales del Ateneo de Málaga, y de entre ellas se elegirán tres, que obtendrán un ejemplar de DERIVAS, con los prints exclusivos de los artistas Chema Cobo y Elo Vega. Anunciaremos los nombres de los ganadores a finales de 2023.
Más info:
https://ateneomalaga.org/2023/09/27/boquerones-a-la-deriva-ano-picasso-concurso/
“DERIVAS. Extravíos en la ciudad del paraíso” es un proyecto creado y dirigido por Lidia Bravo y Vicky Molina
VOCALÍA ACCIÓN LITERARIA