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La victoria en América de Concha Espina (1)

POR ANDRÉS ARENAS

Seguramente habrá que reescribir la historia de la literatura si queremos que la multitud de mujeres, que tienen méritos sobrados, figuren en ella en condiciones de igualdad con los hombres. Generalmente son estos los que han escrito tales historias y los que han ido perpetuando un canon que tiene mucho de convencional. Es verdad que nombres como Pardo Bazán, Concepción Arenal, Carmen de Burgos, Victoria Kent y otras muchas alcanzaron fama en vida, pero eso no significa que incluso estas tuvieron muchas más dificultades que sus colegas varones para lograr cierta notoriedad. Sin ir más lejos, la condesa Pardo Bazán no logró entrar en la Academia de la Lengua, a pesar de que podía alardear de una obra sólida que avalase tal nombramiento.

En esta tarea de rescatar personajes femeninos con una trayectoria literaria escasamente conocida, ha sido muy importante la labor desarrollada por la novelista inglesa Virginia Woolf, cuya imagen ha sido un tanto distorsionada por la obra teatral de Edward Albee que repite en numerosas ocasiones aquella cancioncilla infantil de Quién teme a Virginia Woolf/Virginia Woolf con la musiquilla de aquella melodía infantil de Quién teme al lobo feroz/ lobo feroz. De esta forma se asocia el nombre de la Woolf con una especie de monstruo devorador que poco tiene que ver con la realidad. La novelista inglesa formulará por vez primera las condiciones imprescindibles para que las mujeres puedan escribir novelas con total libertad. Según ella expone en su ensayo Una habitación propia las mujeres deberían disponer de un cuarto de uso personal para poder aislarse y de unas quinientas libras esterlinas, que sería la cantidad mínima para no tener que ocuparse de las labores del hogar tradicionalmente a ellas asignado. Cualquier biografía, últimamente se han hecha unas cuantas, debería poner de manifiesto que Virginia Woolf fue discriminada ya en su entorno familiar pues Leslie Stephen, su padre, se encargará de enviar a la universidad a sus hijos varones, cosa que no hizo con Vanessa y Virginia, las chicas de la familia. De hecho, el círculo de Bloomsbury surge de la amistad entre las hermanas Woolf y los estudiantes universitarios compañeros de estudios de uno de sus hermanos. Así surgirán figuras como Keynes, Lytton Strachey, Clive Bell, Roger Fry y Leonard Woolf, que junto con las hermanas mencionadas formarán una de las generaciones más brillantes de la historia inglesa.

El caso de Concha Espina [Santander, 1869 – Madrid, 1955] ilustra perfectamente en su propia vida las dificultades que tuvo que superar para abrirse camino en el mundo de las letras. Su hija Josefina de la Maza nos cuenta un episodio que protagonizó Ramón de la Serna, marido de la escritora, quien llevaba mal la dedicación de su mujer a las letras y su propia incapacidad para lograr la solvencia económica familiar. En 1907 se hallaba la novelista escribiendo La niña de Luzmela y al volver de misa se encontró el borrador de su novela hecho pedazos. Es posible que en la novela aparezcan como personajes algunos miembros de la familia de Ramón, cosa que al parecer desataba su ira. Y parecida escena nos cuenta su biógrafa Pérez Bernardo, pero esta vez algún tiempo después con el manuscrito de Pastorelas. Cabe pensar que fue una escena que se repitió con cierta frecuencia y por ello se reseñan en dos fechas distintas por sus biógrafas. Como consecuencia de estas actuaciones y las desavenencias en el matrimonio, Concha Espina logrará un empleo para su marido allende de los mares con lo cual ella se queda sola para sacar adelante la familia, siendo así pionera entre las mujeres que deciden vivir de la escritura.

En este pequeño ensayo nos proponemos tomar como texto base su obra Singladuras, en donde nos relata el viaje en barco que realizó en el año 1929. El motivo del viaje será la invitación que el decano del Middelbury College [Vermont], el doctor Moreno Lacalle, le hizo a la escritora para que ésta acudiera a los Estados Unidos con el fin de impartir unos cursos de verano de siete semanas en los que debería explicar sus novelas y pronunciar una serie de conferencias sobre ‘La moderna mujer española’. Gran parte de los asistentes eran profesores de español procedentes de todos los rincones de Estados Unidos e interesados lógicamente en la cultura española. El curso despertó gran interés pues Concha Espina era una autora que había conocido el éxito y sus novelas se habían traducido al alemán, al checo, al francés, al holandés, al italiano, al inglés, al polaco, al ruso, al portugués y al sueco. Además en el año 1944 la autora escribirá asimismo una novela basada en sus experiencias en Hispanoamérica y en Estados Unidos que tituló Victoria en América.

Según cuenta Pérez Bernardo, a Concha Espina la acompañará en el viaje su hija Josefina de la Maza, pues la novelista contaba ya con cincuenta años. Una vez confirmado el viaje el rey Alfonso XIII, admirador de su obra, le pedirá a la escritora que llevase de su parte un mensaje a los pueblos de habla española del Caribe: Cuba, Sto. Domingo y Puerto Rico, de cuya visita no vamos a ocuparnos. La escritora nos da detalles de la actividad de su hija como acompañante:

«En este viaje como en otros muchos, llevé por compañera y secretaria a mi hija, cuya voz fuerte y dulce dio en Middlebury encanto a la lectura de mis páginas. Iba ella diciendo con timbre claro y profundo algunos trozos de mis libros que después se convertían en un pretexto para hablar yo de España, especialmente de la mujer en nuestra literatura moderna […]»

 


Vocalía de Acción Literaria del Ateneo de Málaga

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