Por VICKY MOLINA
Como ya J. M. Barrie hiciera volar a los personajes de Peter Pan gracias a los pensamientos alegres, también estos pensamientos mágicos se convierten en compañeros de viaje a través de las historias que revelan la pintura de la artista Svetlana Kalachnik, nacida en Voronez (Rusia) en 1975 y afincada en Málaga desde hace ya diecisiete años.
La pequeña Svetlana era una niña muy activa y su madre se dio cuenta que delante de un lienzo en blanco le pasaban las horas y se perdía entre dibujos concentrando toda su atención y dejando ver una sensibilidad especial. Desde los cinco años estuvo en la Escuela de Bellas Artes hasta llegar a licenciarse quince años más tarde. Y aún sigue aprendiendo. “En la pintura me ha parecido siempre todo tan natural. Nunca se deja de aprender, tu propio crecimiento personal se va reflejando en tu trabajo y eso es fundamental”, apunta.
En su tierra natal, donde ha realizado numerosas exposiciones, pintaba iconografía religiosa y ha realizado labores de restauración en iglesias y monasterios. Tampoco deja a un lado la cerámica y el grabado “ahora tengo una máquina nueva”, dice ilusionada.
“Quiero mejorar cada pincelada, en cada trabajo que hago”. Perfeccionista y apasionada, Kalachnik vive buena parte de su vida en su taller: “Tengo que preparar al menos una exposición anual y eso me exige diez o doce horas de trabajo diarios delante del caballete”.
Su llegada a España le supuso el encuentro con su propio estilo, con su voz pictórica: “Coincidió que había terminado los estudios ya en Bellas Artes, donde te centras más en un realismo clásico. Cuando sales a la vida real y decides que quieres vivir de la pintura, a partir de ahí debes elegir, buscar tu propio estilo”. Además está convencida de que en pintura, como en el resto de artes no está todo dicho: “Todo el mundo puede aportar su singularidad, su visión única de la vida”.
Su traslado de país también supuso un viraje en el contenido de su pintura, y aunque el cambio de luz también se reflejó en su obra no es lo que más le impactó ya que como ella misma explica “cuando llegué tenía 23 años y aquí la vida es más natural, la gente más abierta, tuve una percepción intensa de las expresiones, de las emociones humanas, no es un pueblo reprimido emocionalmente y vi de repente el mundo de otra manera, mirando con lupa los comportamientos, gestos y a través de ellos intento contar mis historias con la pintura”. También aclara que a pesar de que en sus cuadros domine el color y la fantasía “puede leerse entre líneas la doble intención, la ironía, historias de amor y desamor que han nacido de esta mezcla de culturas que intento entrelazar, que creo se manifiestan de alguna forma en mi obra”.
Svetlana considera que puede aprender de todos los pintores sin obsesionarse por tener unos claros referentes pictóricos, si bien cita al muralista mejicano Diego Rivera o al expresionista Otto Dix, sin dejar a un lado el trabajo de artistas más cercanos como Lorenzo Saval, Machuca o el grabador Paco Aguilar.
Kalachnik lo tiene claro. “El propio ser humano es la mayor fuente de inspiración” y por eso mismo agradece a su manera tan rica aportación de una manera muy especial: “Me gustaría transmitir positivismo, que quien tenga un cuadro mío sonría al verlo, que les transmita amor por la vida”.
Sus cuadros son una orgía de color, de amor y humor, con detalles que te sorprenden cuando menos te lo esperas detrás de un mueble, debajo de la cama, con la habilidad de hacer magia con lo cotidiano. Algunos elementos se repiten dejando ver sus obsesiones, o su vivencia personal. Las máquinas de coser aparecen en lugares insospechados. Reconoce que es un elemento que la acompaña desde la infancia pues en su país se hacía la ropa de pequeña porque era costumbre y por necesidad. Ahora esas máquinas aparecen para dar la oportunidad a sus personajes “de que hilen su propia vida, su propio destino está en sus manos”, explica Svetlana. Los toreros son personajes habituales en sus cuadros, protagonizando una escena, o como gnomos corriendo por el suelo, como sucede en el cuadro de “Las Cenicientas”, esas tres mujeres grotescas que juegan al destino en busca de un mundo mejor, con la esperanza de encontrar el amor. “El torero es un símbolo de masculinidad, creo que cada hombre lleva el deseo de un torero en su interior, para desempeñar su papel en la sociedad, de hombre-cazador, valiente, que puede con todo”.
La pintora reconoce que en las Ferias de Arte no encuentra la emoción y considera que “el arte abstracto ya está agotado, ya ha pasado su tiempo. Creo que los nuevos creadores deben apostar por una pintura de autor, más emocional, hay que buscar formas nuevas de contar la vida”.
Svetlana vive su sueño que es pintar, siempre con el pincel en alto, buscando nuevas historias, intentando perfeccionarse. Le quedan muchos por cumplir pero le gustaría poder hacer un mural en algún rincón representativo de Málaga.
La artista ha expuesto su obra por toda España (Madrid, Barcelona, Sevilla…) y también a nivel internacional (San Petersburgo, Islandia, Dinamarca, Holanda, Marruecos…) llegando hasta la India, donde luce un mural con su firma. Es pintora habitual en la Galería Benedito de Málaga. Aunque reconoce que no le interesan los premios, tiene varios en su haber, entre ellos el primer Premio Internacional de Grabado Fundación Vivanco, con su obra “El oro en purpurina llamas”, realizado en aguafuerte, puntaseca y aplicaciones de pan de oro y acuarela. Si quieres saber más de esta singular artista o disfrutar de alguno de sus talleres puedes visitar su página web: http://www.svetlanakalachnik.com/
VOCALÍA DE ACCIÓN LITERARIA DEL ATENEO DE MÁLAGA