POR ANDRÉS ARENAS
En la ciudad de los rascacielos se alojarán ella y su hija en un club de señoras de Manhattan, semejante a una modesta casa de pensionistas donde el hornillo de gas funciona con monedas y desde donde necesitan ir a Broadway para cenar algo.
No le pasará desapercibida la situación en la que se encuentra la mujer en Estados Unidos, en la que aprecia una independencia que le causará una gran sorpresa. Su paso por Broadway quedará reflejado en el libro Singladuras apenas en una página que titulará con la traducción al español como ‘feliz camino ancho’ que corresponde en el léxico, pero sin el añadido de ‘feliz’. Espacio para la diversión, allí aparecerán los music-halls, los teatros, los restaurantes, las cafeterías, los lunchrooms, los delicatessen y las famosas boticas donde se encuentra desde un par de zapatos, hasta una postal.
El mundo de los rascacielos llamará la atención de nuestra autora, y dentro de esa carrera por lograr la máxima altitud destaca, como no podía ser de otro modo, la imponente figura del Chrysler Building. Ese “afán de levitación”, como ella lo llama, está presente en su cúpula dorada, en el ápice de la torre, en el labrado de un minarete, en la tracería gótica y en el agudo obelisco. Su admiración del “más denso conglomerado arquitectónico del país” en el que el edificio del Chrysler se alza como el de mayor altura del orbe se tardó en construir –nos detalla la novelista—dieciocho meses y sus cimientos se hunden a cincuenta y nueve pies. El correlato europeo, que es la torre Eiffel de París, se ve superado por sesenta y dos pies.
Concha Espina se ocupará de tres autores, dos de ellos americanos [Edgar Allan Poe y Washington Irving] y uno español [García Lorca]. Del ‘divino Edgardo’ como lo llamaba Cortázar, tratará relatando su peregrinaje a la humilde casa donde el cuentista americano vivió “malogrado por la desdicha y perdido en el abandono más cruel”. Al hacer su evocación no olvidará de mencionar el célebre poema hoy ya tan conocido de ‘El cuervo’ y su inolvidable “Nunca más, nunca más”. De Washington Irving, que ejerció cargo diplomático en España y llegó a hospedarse en la Alhambra, mencionará sus Cuentos de la Alhambra. Finalmente dará noticia de Lorca en una velada pasada en la casa de Federico de Onís, responsable máximo de las letras hispanas en la Universidad de Columbia. Allí disfrutarán de una noche hablando de arte y poesía, escuchando las composiciones inéditas y admirables de Lorca que “interpreta todas las infinitas derivaciones de la canción andaluza y las entona y las mima con insuperable expresión”. En concreto se referirá al poeta granadino interpretando dos canciones que acabarán siendo muy conocidas como son “La Pelegrinita” y “Los mozos de Monteleón”.
La autora santanderina no se olvidará de las minorías que están omnipresentes en su libro. Se trata de los sefarditas y de los negros. A los primeros les dedicará un capítulo que titula ‘Israel’ en el que aparecen como «españoles errantes por la Tierra con nuestros apellidos y costumbres, con nuestro idioma, conservado igual que un tesoro….Los sefarditas guardan el fuerte aroma de su verbo español extravasado a una especie de jerga que ellos llaman ‘ladino’». Señalará la importancia de su presencia en el mundo de los negocios en la zona de Bowery y en la Séptima Avenida, así como la magnífica sinagoga que se llama Shearith Israel, donde se reúnen para rezar en castellano y soñar con Sefarad, siempre su tierra de promisión. Sobre la comunidad negra se muestra bastante radical al afirmar que está presente en el país una cierta categoría de esclavitud en la que la minoría de color está muy lejos de haber logrado una integración plena. Así lo demuestran los trabajos habituales que desarrollan: cargadores de muelle, mozos de equipaje, camareros, pinches, lacayos y guardianes de niños. De esos doce millones de criaturas escribirá que “viven hoy irredentos en los Estados Unidos, conminados fuera de las amistades blancas, en una inferioridad depresiva y cruel”. Consciente de la terrible injusticia que supone esa falta de igualdad nos comunica que «la redención del negro existe en los Estados Unidos solo como una fría legalidad, sin que los hombres rubios la quieran poner en práctica bajo la corteza de su corazón…» Acerca de la patria de los negros en Nueva York, Concha Espina hace otra referencia a Lorca a su paso por Harlem y a su rey imaginario al que canta en su libro Poeta en Nueva York, que la novelista califica como “próximo y genial” y sus poemas como “sombríos”.
Otra de las alusiones más singulares y que produce cierta sorpresa es la que hace a Salamanca, la patria de Federico de Onís. La cita es una reivindicación de esa ciudad como auténtico vivero de cultura en el que se cita al padre Francisco Vitoria, auténtico adalid de la Escuela de Salamanca que la escritora define como «culminación ingente de agustinos y dominicos en la sementera teológica; cima clara de gramáticos y filólogos, de artistas y poetas, santos y maestros».
Vocalía de Acción Literaria del Ateneo de Málaga