LECTURA DE VERANO
La puerta abierta
“La primera vez que me emborraché fue con el vino de Elías. Tendría unos ocho años. Fue durante la Pascua, la festividad que conmemora la huida a Egipto de los judíos y en la que se invita al profeta a entrar en casa. Yo estaba sentada a la mesa de los mayores porque cuando mis padres se juntaban con aquella otra pareja éramos cinco niños y una niña, y los adultos habían decidido que era mejor que me ignorara su generación a que lo hiciera la mía. El mantel era rojo y naranja y estaba abarrotado de copas, platos, bandejas, cubiertos de plata y velas. Cogí por error la copa colocada allí para el profeta, que estaba al lado de mi vasito de vino dulce de color rojo rubí, y me la bebí entera. Cuando mi madre se dio cuanta al cabo de un rato, me tambaleé y sonreí ligeramente, pero al ver que ponía cara de disgusto intenté aparentar sobriedad y que no se notara que estaba achispada.
Mi madre era católica no practicante y la otra mujer había sido protestante, pero sus maridos eran judíos y a ellas les parecía bueno mantener la tradición por los hijos, así que en la mesa de Pascua se ponía la copa de vino para Elías. Según algunas versiones, el profeta regresará a la Tierra al final de los tiempos y contestará todas las preguntas incontestables. Según otras, anda vagando por el mundo vestido con harapos, respondiendo a las preguntas difíciles de los estudiosos. No sé si también seguíamos el resto de la tradición y dejábamos una puerta abierta para que entrara, pero puedo imaginarme la puerta principal, de color naranja, o una de las puertas correderas de cristal que daban al jardín de aquel chalé, situado en un pequeño valle, abiertas al aire fresco nocturno de la primavera. Normalmente teníamos las puertas cerradas con llave, a pesar de que en nuestra calle del extremo norte de aquel condado nunca aparecía nada inesperado aparte de algún animal salvaje: ciervos que daban suaves golpecitos en el asfalto con las pezuñas de madrugada, mapaches y mofetas que se escondían entre los arbustos. Dejar la puerta abierta a la noche, a la profecía y al fin de los tiempos habría sido una excitante transgresión de la costumbre.
Tampoco recuerdo a qué nuevas sensaciones me abrió la puerta el vino; quizá hizo más placentero el no formar parte de la conversión que se estaba manteniendo encima de mí, quizá provocó una sensación de ligereza en aquel pequeño cuerpo para el que la gravedad de este planeta de tamaño medio se había vuelto algo tangible de repente.
Dejé la puerta abierta a lo desconocido, la puerta tras la que se encuentra la oscuridad. Es de ahí de donde vienen las cosas más importantes, de donde viniste tú mismo y también a adonde irás. Hace tres años estuve impartiendo un taller en las Rocosas y una alumna trajo una cita que dijo que era del filósofo presocrático Menón. Decía así: “Cómo emprenderás la búsqueda de aquello cuya naturaleza desconoces por completo?” (…) La pregunta que trajo esta alumna me pareció la pregunta táctica fundamental de la vida. Las cosas que deseamos son transformadoras, y no sabemos, o bien solamente nos creemos que sabemos, lo que hay al otro lado de esa transformación. El amor, la sabiduría, la gracia, la inspiración: ¿cómo emprender la búsqueda de cosas que, en cierto modo, tienen que ver con desplazar las fronteras del propio ser hacia territorios desconocidos, con convertirse en otra persona?”.
Fragmento del libro: Una guía sobre EL ARTE DE PERDERSE, de Rebecca Solnit (Edit. Capitán Swing, 2020)
Vocalía de Acción Literaria del Ateneo de Málaga