Por FÁTIMA ALONSO
Texto seleccionado en el concurso de relatos “7 vidas”, desde el que homenajeamos a perros y gatos, que desde finales del pasado año son reconocidos legalmente como miembros de nuestras familias.
Como te lo estoy contando, tío. Se encerró en el baño. Ya es casualidad, con la cantidad de restaurantes que hay en Madrid y fue a entrar en este. Últimamente me ha dado por pensar que ha sido cosa del destino. Estaba yo de espaldas a la barra y oigo una voz. “Un café con leche, cuando puedas, por favor. Con la leche muy caliente.” Se lo preparo, me giro y la veo. No veas la cara que puso. Se quedó a cuadros. Yo le había dicho que trabajaba en un bar, pero no en cuál. Hacía meses de todo aquello. Me miró un segundo con la boca abierta y salió escopetada hacia el aseo. Me dije “Vaya, vaya. Apareció la mosquita muerta. Con esa cara de buena, que parece que no ha roto un plato en su vida. Pues ahora se va a enterar.” Esperé un poco y, como no salía, fui a buscarla. “Holaaa, ¿estás ahí?”, le digo. Y ella sin contestar. “Como no salgas echando leches llamo ahora mismo a la policía”. Y va y me dice que la deje en paz, ¿te lo quieres creer? Acojonante. “¿Cómo? ¿Qué te deje yo a ti en paz? No soy yo quien va por la vida puteando a la gente, jodida ladrona”, le digo. Y empieza a disculparse, con la voz entrecortada, que estaba hecha un flan. Que lo sentía mucho, que no había robado nada en toda su vida, hasta ese día, que no pudo resistirse. Ya ves. Que digo yo que podía haberme robado la cartera, o el móvil o el portátil, como la gente normal, pues no. Y entonces le digo que tengo un montón de mesas que servir, que salga de una vez, que no puedo pasarme la mañana de charla con ella y me suelta que sale, pero que no le haga daño. Alucinante. Te digo yo que está chiflada. “No acostumbro a utilizar la fuerza bruta”, le digo. “Y menos con piradas como tú.” Y va y sale. “Hombre, mírala qué cara de santa tiene.”, digo. Que, a todo esto, entre tú y yo, tío, no había podido olvidarme de esa cara. Que todavía me acuerdo cuando la vi por primera vez, el día que le alquilé la habitación. Sí, en el piso de mi abuela, donde estoy viviendo ahora. Puse un anuncio para sacar un dinerillo y, de paso, compartir gastos. Y se presentó ella. Que estaba haciendo un curso de tres meses aquí, en Madrid, y quería un sitio donde quedarse, solamente ese tiempo, pero algo es algo, pensé. Me cayó bien, con esa pinta de cría, así como asustada. Yo creo que estaba un poco como fuera de sitio. Esta no ha frecuentado mucho la gran ciudad, pensé. Estaba muy interesada en la habitación. Que le pillaba cerca de la parada de metro para la facultad y que el precio y las condiciones le parecían bien, me dijo. Así que ese mismo día fue a recoger sus cosas al hostal y se trasladó a mi casa. Apenas nos vimos durante esos tres meses; ya sabes los horarios que yo tengo, que no paro en casa. Alguna que otra vez coincidíamos en el desayuno. Los dos éramos de hablar poco a esas horas de la mañana. A mí lo único que me importaba era que no fuese una cerda y que me pagase puntualmente. Ya sabes la clase de fauna que se encuentra uno por ahí cuando comparte piso. Pero la tía cumplió, tanto en el tema de la limpieza como en lo de la guita. Incluso me sorprendió alguna vez, que me dejaba algo de comida o de cena o preparaba algún bizcocho para desayunar y lo compartía conmigo. No se le daba mal la cocina. Lo que te digo, una tía legal. Hasta que me hizo la jugarreta, quién iba a pensar algo así de ella. Por lo demás, ya te digo que apenas intercambiamos unas cuantas frases de cortesía. Hasta el último día. Coincidió que tenía descanso en el bar y volví a casa pronto. Por el camino compré una botella de vino y algo para picar; le había dicho que preparaba yo la cena en plan despedida y eso. Pues ya sabes, nos trincamos la botella entre los dos y luego un cubata y la timidez fue dejando paso a lo otro y lo demás ya lo sabes. Solo fue una noche, ya lo sé, pero me jodió más que se largara sin despertarme y que desapareciera sin dejarme el teléfono que el robo en sí. Para qué te voy a decir lo contrario, anduve unos días bastante hecho polvo, colega. Pero luego, pues qué iba a hacer si no sabía dónde localizarla. Ella sí tenía mi teléfono, pero, después de lo que había hecho, estaba claro que no iba a llamarme. Y yo me fui olvidando del tema. Hasta el otro día, como te estaba contando, que apareció aquí, en el bar. Yo no creía en el destino, pero ya no estoy seguro de nada, tío. Por donde iba, ah sí, pues eso que salió del baño. Yo estaba súper cabreado y ella, hecha un manojo de nervios. Y empezó a contarme que había estado a punto de ir a mi casa a devolvérmelo muchas veces, pero que había tenido miedo de mi reacción, y que, por favor, no llamara a la policía. A la policía, ya ves. No vuelvo yo ni loco allí. Ya te conté el descojono que se trajeron cuando fui a poner la denuncia, ¿no? “Al menos estará bien; lo habrás cuidado.”, le pregunto. Y me dice que sí, que está perfecto. Y se le iluminaron los ojos, colega. Y empezó a contarme que, desde el primer día, cuando llegó, hubo entre ellos como un flechazo. Que la seguía a todas horas por la casa, que incluso dormía con ella cuando yo no estaba y que empezó a pensar en cuántas horas pasaría solo, porque yo le había contado que, entre el restaurante y la universidad, no paraba. Que le dio pena y que, cuando se iba a ir, él la siguió hasta la puerta y ella se giró y vio sus ojos y él pegó un salto y se acomodó en sus brazos y ella ya no pudo pensar más. Y me lo contaba llorando, tío. Que yo me moría de ganas de abrazarla y por un momento se me vino a la cabeza la escena esa de “Desayuno con diamantes” en la que Audrey Hepburn está buscando al gato, ya sabes lo apasionado del cine clásico que soy yo. Y luego se queda callada y me dice “Como me dijiste que no tenía nombre, le he puesto Marlon. Por Marlon Brando, que me encanta.” Y va y me mira con esos ojos, que arrebatan, y me pregunta que cómo hacemos para … y voy yo y le digo “Quédatelo anda. Si va a estar mejor contigo. Pero, al menos, tráemelo alguna vez para que lo vea. Y tómate el café, que se te va a enfriar.”
Y desde entonces me paso las horas mirando esa puerta para verlos entrar, a ella y a Marlon. Me he enamorado, colega. Soy un sentimental, qué le voy a hacer.
*En la foto Zorro, de la Protectora de Animales de Málaga, interpreta en este relato el papel de Marlon, él también tiene su historia, conócela:
https://www.protectoramalaga.com/index.php?mod=catalogo&id=3&actId=2&prodId=6462
Ya sabéis que hay mucho que hacer por estos leales amiguetes, así que os animamos a visitar las propuestas de la Protectora de Animales www.protectoramalaga.com/index.html y de la Fundación Ochotumbao para pasar a la acción www.ochotumbao.org/
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