Por GLORIA EVELIA TEJADA
El mar es igual. Con su olor salado y su espuma encrespada horadando las profundidades. Con su agua gélida en tiempo de terral y su sonido marcando en mis oídos los segundos.
La arena es igual. Millones de corpúsculos desmenuzados que a pesar de ser libres nada consigue separarlos. Obligados a apretujarse, acotados tras los muros de piedra de un largo y concurrido Paseo. Tantas huellas y tan efímeras solo consiguen, por un momento, unirlos aún más.
El sol sigue igual. En la misma posición y trayectoria. No produce más calor aunque lo parezca y le mire a veces con la misma inquina que al verdugo de mi sueño, y le maldiga como responsable de otro verano sin fin. Debiera asumir, en cambio, mi parte de culpa y la de todos, lo sé.
Hace ya tiempo; ya hace tiempo, navegaba yo avistando la Manquita, la Alcazaba y Gibralfaro desde la Casa de Botes. Aprendía entonces a cazar la vela, a ceñir el foque, a dirigir el timón de una cáscara de nuez; luchaba por no hacer compañía a las lisas que salpicaban entre las olas todavía sonrientes. En el horizonte, la luz de Picasso era nítida y sin filtro.
Parece que hoy todo sigue igual. Pero ya no hay Casa de Botes, ni navego entre las lisas que ahora se esconden; el mar no es tan gélido y la arena se separa a las bravas con cada tempestad tropical. Mientras, prepotente, el sol me contempla a través de un agujero con una mayor claridad desde su ardiente y cercano trono.
OBRA: Baleia, de Olga Magaña. FOTO: Niche Ramírez (incluida en la publicación “Derivas”).
Seguimos publicando las propuestas ciudadanas seleccionadas con motivo de “DERIVAS. Extravíos en la ciudad del paraíso”, proyecto creado y dirigido por Vicky Molina y Lidia Bravo
Vocalía ACCIÓN LITERARIA