Publicamos el tercero y último de los relatos ganadores de esta segunda edición, con motivo del conflicto de Gaza y Ucrania, así como de todas las guerras que estén activas en la actualidad, con el lema “No a la guerra”. Dirigido a los escritores de los Clubes “Atenea Inspira” y “Letras Malacitanas y organizado por Vicky Molina, Vocal de Acción Literaria
Por FÁTIMA ROMERO
En el océano primordial, una simple gota se debatía, acuosa, batallando contra el dilema de disolverse o perderse. Durante esa lucha eterna se dejaba hundir hasta los abismos, iluminados por la sangre inflamada de Pangea, o ascender, con energía ardiente, a las más elevadas cotas donde, en otra guerra sin fin, el aire sustraía las partículas que no eran capaces de resistir.
La simple gota que, en principio, no era nada única, sentía orgullo de su perfecta forma esférica, fruto del empeño y el ejercicio de la tensión superficial. Para que quedara claro, atesoraba en sí las micas de arena brillante que iba encontrando, las hacía sonar y jugaba con ellas.
La simple gota, en un momento, tuvo la intensa intuición de ser fundamental, tanto como todas, pero por un motivo inasequible; inefable. Así que abandonó la inercia fratricida, la pulsión caníbal, para empeñarse en un imposible: seguir siendo ella misma y nada más.
Algún tiempo después, la simple gota se distrajo demasiado acunando sus partículas inertes, fue sublimada por el sol y, al evaporarse, perdió su tesoro precioso. Esa simple gota, indefensa y desarmada, solo pudo dejarse alzar hasta donde otras incautas afines parecían esperarla para formar una nube. Una, de tantas más: el horizonte quedó ensartado de algodones, blanco gélido, dispuestos a colorearse al capricho de la luz raptora.
Permaneció apenas grávida, viendo la Tierra rotar hasta que, de improviso y entre grandes estruendos, apareció una miríada de intrusos ígneos provenientes de las altas oscuridades; las simas secas, muchísimo más profundas que el piélago, donde bailan los astros y nosotros con ellos. La lluvia rocosa atravesó el cielo, reventando, convirtiéndose en tormenta de esencia cósmica, con la suerte de que, un atisbo de ella, uno hermoso en especial por guardar una promesa, encontró a la simple gota que supo y pudo acogerla. Que quiso, antes que soltarla, caer con él.
Al verla, otras simples gotas se animaron a acunar rarezas, dejar que la gravedad las arrastrara y asomarse al misterio.
Fue una simple gota el primer cáliz de la vida en el mundo. Matraz y matriz. Alfa y omega.
VOCALÍA ACCIÓN LITERARIA