Os dejamos con este relato, que ha sido seleccionado para su publicación junto a otras tres propuestas de los Clubes de Escritura del Ateneo de Málaga
Por M. SANCHO ARIAS
Mira el fuego como quien consulta un oráculo. Mira el baile frenético de las llamas y siente, casi de forma física, el impulso de lanzarse a ellas, abrazarlas, abrasarse en ellas, desaparecer con ellas.
Sacude la cabeza y da una profunda calada al cigarrillo que mantiene en su mano derecha. Lo suelta con una maldición, la brasa ha llegado a los dedos y la ha hecho reaccionar, o eso cree ella. Con un palito de la chimenea enciende otro cigarrillo. No toca la jarra que sostiene con la otra mano ni recuerda qué tiene ni para qué la ha cogido; pero no la suelta.
Oye sin oír las conversaciones que provienen de fuera, del piso superior, palabras que se filtran por los agujeros del techo; esos de los que cuelgan los hilos que mueven las campanillas que, a veces (la mayoría), la llaman a ella, la requieren a ella. Y ella siempre acude, porque para eso está allí, para servirla, para servir, para ser…
No sabe ya los años que lleva allí, en aquella condena elegida, en aquella prisión sin llave ni barrotes; no los ha contado porque hasta hace unos días, todo era diferente, distinto; ella era feliz.
Y ahora, bueno, pues ahora mira las llamas, fuma; mira la jarra, no bebe; oye las campanillas (la llama), pero no atiende, no la atiende; espera a que cese el ruido metálico que está empezando a desesperarla. La campanilla se cansa y ella enciende otro cigarrillo con la colilla del que acaba de fumar.
Nunca le ha gustado el sabor del tabaco; hasta que lo probó en boca ajena. Tampoco le gustaba el alcohol; hasta que lo probó en piel, no en copa y ahora, ahora sigue mirando las llamas, sigue fumando.
Se sabe perdida, se siente perdida y siente que ha perdido. Y; aunque sabe todo eso, y sabe que la solución está en sus manos, se resiste a creerlo, a aceptarlo. Se niega a admitir que la solución sea la que sobrevuela su cabeza como un ave fénix ardiente, quemándolo todo a su alrededor.
Otro cigarrillo, un poco más de oscuridad en la cocina, llamas que se van convirtiendo en brasas. Una decisión.
La mujer tira el cigarrillo, casi entero, se levanta del taburete que la sostiene, deposita la jarra en la mesa. Toma un cuchillo, no es muy largo, pero sí bastante afilado. De una manga del vestido saca un papel pulcramente doblado, blanco inmaculado por fuera; unas líneas negras escritas sin titubeo en la letra, son pocas; no hacen falta más para explicarse, tampoco pretende hacerlo, ni disculparse tampoco. Parece satisfecha y se siente bien; se siente protegida por la nota y el cuchillo. Abandona la cocina sin encender una vela. Se conoce demasiado bien la casa entera y podría moverse por ella con los ojos vendados. Desde la puerta se vuelve y mira las campanillas relucientes, alineadas, silenciosas.
Se encamina hacia la habitación que tan bien conoce, casi a oscuras por el pasillo. Solo el sonido de sus zapatos rompe el silencio; solo una rendija de luz altera la perfecta oscuridad en la que se mueve. Llega hasta la puerta de «su» habitación, que parece llamarla, como otras tantas veces; pero no últimamente.
Abre la puerta con decisión. Ella está como esperaba, en la cama, con esa belleza insultante tan suya, esa belleza que le quita el aliento, que le ha robado todo. Si la sorprende la aparición, no lo demuestra. Una sonrisa traviesa asoma a sus labios.
—Vaya… ¿Qué haces tú aquí ahora? ¿Por qué vienes?
—Porque no me has llamado…
Y el resto, bueno, el resto es otra historia.
El Club de Escritores virtual Letras Malacitanas es coordinado por Laura Lozano y el presencial Atenea Inspira por Lola Acosta, junto a la vocal de Acción Literaria, Vicky Molina
VOCALÍA ACCIÓN LITERARIA