«Matar a alguien no es nada del otro mundo. Basta con observar, vigilar, reflexionar mucho y, llegado el momento, vaciarse. Eso es. Vaciarse. Apañárselas para que el universo se contraiga, para que se contraiga hasta condensarse en el cañón de un fusil o en la punta de un cuchillo. Eso es todo. No hacer preguntas, no dejarse llevar por la furia, seguir el protocolo, actuar metódicamente. Blake sabe cómo hacerlo, y lo sabe desde hace tanto que ya ni sabe cuándo empezó a saberlo. El resto cae por su propio peso.
Blake hace de la muerte de los demás su vida. Que nadie le vengas con lecciones de moral. A la ética responde con estadísticas. Porque a Blake que lo perdonen, pero cuando un ministro de sanidad recorta los presupuestos, cuando suprime un escáner aquí, un médico allá y un servicio de reanimación acullá, ya se imagina que está cortando considerablemente la vida de miles de desconocidos. Responsable, no culpable, dicen. Blake es justo lo contrario. Y, de todos modos, no tiene por qué justificarse, le trae sin cuidado.
Matar no es una vocación, es una inclinación. Un estado de ánimo, si se quiere. Blake tiene once años y aún no se llama Blake. Está junto a su madre, subido a un Peugeot, en una carretera comarcal cerca de Burdeos. No va muy rápido, un perro cruza la calzada, el impacto apenas los desvía, la madre grita, frena demasiado fuerte, el vehículo zigzaguea, el motor se cala. Quédate en el coche, mi vida, por dios, quédate en el coche y no te muevas. Blake no obedece, sigue a su madre. Es un collie de pelo gris, el golpe le ha hundido el tórax, la sangre se derrama por el arcén, pero no está muerto, gimotea, parece el llanto de un bebé. La madre corre en todas direcciones, presa del pánico, tapa con las manos los ojos de Blake, balbucea palabras inconexas, quiere llamar a una ambulancia, Pero, mamá, si es un chucho, nada más que un chucho. El collie jadea sobre el asfalto agrietado, su cuerpo quebrado, retorcido, adopta un ángulo extraño, aquejado de espasmos que van debilitándose. El animal agoniza bajo la mirada de Blake, y Blake observa con curiosidad cómo la vida lo abandona. Se acabó. El chaval pone cara de tristeza, o más bien de lo que se supone que es la tristeza, para no desconcertar a su madre, pero no siente nada. La madre no se mueve, contempla petrificada el pequeño cadáver, Blake se impacienta, le tira de la manga, Venga, mamá, no sirve de nada quedarse aquí, está muerto, míralo, vámonos ya, voy a llegar tarde al fútbol».
Fragmento de la novela “La anomalía”, escrita por Hervé Le Tellier (Premio Goncourt 2020)
VOCALÍA DE ACCIÓN LITERARIA DEL ATENEO DE MÁLAGA