Os dejamos con este relato, que ha sido seleccionado para su publicación junto a otras tres propuestas de los Clubes de Escritura del Ateneo de Málaga
Por CAROLINA HERNÁNDEZ
Ahí estaba él, con la mano vacía, una senda y una vida por delante. La frente en alto, el paso firme y una promesa. Sabía que la fe era lo único que le permitiría cumplir su sueño, tenía que confiar en que su amada estaría detrás, siguiéndolo; para encontrarse juntos al otro lado del umbral cuando, al fin, la travesía acabara.
Sin embargo, su amor fue más grande que su fe. No pudo contener el miedo y miró atrás una última vez. Luego vio cómo ella se desvanecía; su amada se perdía para siempre. Él no logró sujetar su mano y la perdió.
Fue obligado a avanzar los últimos metros con mares en los ojos, el alma partida y la más inmensa soledad que jamás hubiera sentido. Una soledad que, además, lo acompañaría hasta sus últimos días.
Cuando salió de las tinieblas, sintió el sol y las lágrimas que le lavaban el rostro. Orfeo había perdido a Eurídice. Estando ahí, no podía creer que su hazaña terminara así: nuevamente solo.
Afuera, todos los que lo esperaban no contuvieron la emoción. Lo alzaron en brazos y se sentaron a su alrededor para escuchar sus proezas. Después de todo, nunca antes alguien había ido a lo más profundo del inframundo y había vuelto para contarlo, pero Orfeo no dijo una sola palabra.
Orfeo no imaginaba la vida sin Eurídice, no podía celebrar, ni sentir el orgullo de su valentía; Sentía el fracaso, la culpa y el corazón roto. Por su cabeza pasaron los más terribles pensamientos, pero sabía que ella no lo perdonaría. Tenía que vivir sintiendo que algo dentro de él se había quedado en el inframundo.
Orfeo se aisló del mundo, volcó todo el amor que pudo sobre sus canciones y sus letras. Se volvió aguerrido y temerario, y prometió no volver a amar a otra mujer que no fuera Eurídice. Durante años, muchas preguntas devoraron su memoria.
—¿Por qué no pude seguir andando? ¿Qué era tan magnético que me había hecho girar justo cuando la luz se vislumbraba? ¿Dudaba de los pasos de Eurídice? ¿Dudaba de su propia hazaña?
Finalmente, una verdad floreció un día: estar sin ella en la tierra era lo mismo que vagar por el inframundo. Y estando solo, negó al mundo conocer un amor más grande. No existía otra forma de vivir su vida; su amor era tal que trascendería el tiempo.
Ahí lo entendió. Entendió por qué volteó a mirar cuando era lo único que no podía hacer. Y la respuesta era sencilla: así estaba escrito y así debía ser. El mundo conocería un amor así solo una vez, y un amor así solo puede sobrevivir, aunque sea en la memoria. Habiendo entendido esto, sintió el peso de los amores no correspondidos, el dolor de los amores fugaces, y los celos que tenían todas las mujeres por Eurídice. Se entregó a su suerte y dio su último respiro. Así, finalmente, volvió al inframundo; ahora para estar junto a su amada, para siempre.
El Club de Escritores virtual Letras Malacitanas es coordinado por Laura Lozano y el presencial Atenea Inspira por Lola Acosta, junto a la vocal de Acción Literaria, Vicky Molina
VOCALÍA ACCIÓN LITERARIA