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Atenea Inspira: OBSESIÓN

Os dejamos con este relato, que ha sido seleccionado para su publicación junto a otras tres propuestas de los Clubes de Escritura del Ateneo de Málaga

Por MERCEDES ESPÍN COCA

-Tú sabes que acostumbra a desconectar el teléfono. No te preocupes, seguro que está bien. Es posible que ahora mismo esté regresando en el tren hacia Málaga. Cuando llegue te mando un guasap.

Gloria colgó el teléfono con la sensación de que la actitud de su cuñado denotaba una tranquilidad impropia. No le gustaba Ángel. Sus palabras le parecían inoportunas las más de las veces, sus ideas y creencias eran retrógradas y simples. Y, sobre todo, le inquietaban las contradicciones en las que incurría cuando hablaba de su pasado y la casi nula relación que mantenía con su familia. Era un hombre oscuro, hipócrita y arrogante. Lo juzgaba imprudente y fastuoso y lo acusaba de haber creado con sutileza una enorme distancia entre las dos hermanas. Desde que se casó con él apenas se veían e Irene no compartía ya con ella sus vivencias más íntimas.

Irene Postigo rozaba los cincuenta y desde muy joven había tenido problemas oftalmológicos. No era extraña su decisión de visitar una clínica especializada en Barcelona, tal y como le había dicho el marido de su hermana. Y tampoco le sorprendía que no la hubiera informado a ella del viaje, pues acostrumbraba a ocultarle todo lo que pudiera generar preocupación a Gloria. Sin embargo le era imposible olvidar el último tema sobre el que las dos habían hablado, hacía ya una semana. Creo que voy a separarme de él, le había asegurado Irene.

La mañana posterior a la conversación telefónica con Ángel, antes de ir a trabajar, Gloria entraba furtivamente en el piso de la pareja, a sabiendas de que él no debía estar allí y después de comprobar que nadie le respondió al tocar el interfono. Nada más abrir, el retrato de su madre, con la mirada severa, parecía reprenderla por invadir un espacio que no era suyo. Gloria sintió su bajeza. Al cerrar la puerta de entrada a la vivienda, el golpe de un objeto sobre el suelo de la cocina le hizo dar un respingo.

-¿Hay alguien? -preguntó en voz alta y de forma mecánica. El silencio que sobrevino transformó su culpa en un miedo intenso. Temía moverse. Paralizada en el pasillo pensó que él podía no haber ido a trabajar, que quizás la estaba esperando. Tuvo que infundirse a sí misma ánimo para entrar en la cocina con decisión. La ventana estaba abierta y solo un vaso de plástico vacío en el suelo rompía el orden de la estancia. Respiró. Volvió a dudar de sus razones para acusarlo, para estar allí.

En el salón no observó nada extraño a primera vista. Las cortinas tupidas cubrían la gran cristalera impidiendo que entrara el sol y la luz era tenue. Una manta desdoblada sobre el sofá y el olor viscoso a tabaco y comida indicaban que él había estado allí la noche anterior. Imaginó la abominada silueta de Ángel y su rostro de fariseo observándola, y se le revolvió el estómago. Tuvo que cerrar los ojos un momento porque su respiración volvía a acelerarse. Al abrirlos vio encima de la mesa una copa de vino vacía y un libro: Siete crímenes casi perfectos. Sintió como se erizaba la piel que cubría todo su cuerpo. Agitada se dirigió al dormitorio. Una maleta a medio llenar y perchas con camisas y chaquetas cubrían el lecho matrimonial. ¡El capullo se iba! En ese momento escuchó dos golpes de tos en una habitación contigua. ¡La puerta del baño estaba cerrada! Aunque se le bloquearon las piernas y apenas podía mantenerse, Gloria se esforzó en salir del cuarto cuanto antes. En el pasillo se agarró al taquillón de madera para impulsarse y conseguir estabilidad, y en pocos segundos se vio fuera del piso.

El espejo del ascensor le devolvió su propia imagen. Los ojos muy abiertos emergían de unas cavidades grisáceas y amoratadas. Parecía una loca. Quiso llorar. Se dio cuenta entonces de que había dejado sin hacer lo que había planificado durante casi toda la noche que pasó sin apenas dormir, buscar objetos personales de su hermana que pudieran indicar que su salida de la ciudad no era voluntaria. Tenía que volver. Los ruidos que había escuchado casi seguro provenían de la casa de los vecinos. Pero estaba aterrada, notaba sus temblores en las manos y piernas y el ritmo acelerado de

los latidos en el pecho. Marcó una vez más el número de su hermana, y otra vez escuchó la voz metálica que la informaba de que no estaba operativo. Quizás debiera ir ya a la policía y denunciar la desaparición. Pero, ¿y si era verdad que Irene estaba en Barcelona? Tenía allí una amiga y era posible que hubiera pedido unos días de permiso en el trabajo para estar con ella. Mejor no precipitarse.

En pocos segundos recordó, como en una sde esas secuencias de imágenes que resumen eventos, las muchas veces en las que su conducta impulsiva la había traicionado. A su conciencia vino el consejo de su padre que solía poner en práctica: no debes tomar decisiones importantes cuando los sentimientos fuertes te dominen, hay que pensar en frío. Pero Gloria sudaba y su mente se debatía entre una conjetura y otra sin que lograra encontrar el hecho que la ayudara a tomar una decisión. Una notificación sonó en su móvil. Era Ángel. Irene me llamó anoche. La operan mañana en Barcelona y esta tarde me voy para estar con ella.

El Club de Escritores Atenea Inspira es coordinado por Lola Acosta y el Club virtual Letras Malacitanas por Laura Lozano, junto a la vocal de Acción Literaria, Vicky Molina

VOCALÍA ACCIÓN LITERARIA