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Lectura Power: Sirenas sin mar

Por   JUAN RAMÓN VALENZUELA

Una historia del 15M

Escuchó la voz de un megáfono hablando de asambleas ciudadanas, consejos constituyentes y cosas así; pensó que no le apetecía mucho volver a escucharlas. De hecho, a ella nunca le importó la política, tenía nociones muy vagas de casi todo.

Recordaba cómo, de niña, su padre le contaba batallitas como la Guerra Fría,  Vietnam, las Malvinas… Y ella escuchaba atónita sin enterarse de nada. Ahora eran otros tiempos, y a diferencia de la mayoría de los acampados, que tenían un hogar por muy horrible que fuese, ella se había quedado sola y sin rumbo. ¿Adónde podría ir? Estaba allí por necesidad sin ninguna convicción; por tanto, se veía en la obligación moral de asistir a los actos y de que pareciese que tenía cierto interés en lo que allí se hablaba. Con su mejor cara, empezó a mezclarse con la gente y a aplaudir a aquellos que con todo el ánimo e ilusión imitaban a los líderes de la Primavera Árabe que veía en YouTube.

Un joven atrevido que cogió el megáfono y sacó un discurso arrugado de su bolsillo se puso tan nervioso de no entender ni su propia letra que todos le aplaudieron viendo que su ilusión era más grande que su cerebro. En ese instante Laura se giró al escuchar un ruido insistente, y vio a un tatuador con un pañuelo en forma de pirata sentado en el suelo tatuando un brazo. Se acercó un poco más para ver qué era lo que estaba haciendo, apreció unos cuernos satánicos o algo así, pero lo que más le llamó la atención era que nunca había visto el proceso de insertar tinta en la piel. Se quedó embobada con la habilidad del tatuador al dar forma y copiar a la perfección el dibujo que el hombre le había llevado. Por un instante sintió la necesidad de hacerse un «tatu»; aunque recordó las palabras de su madre, que siempre le inculcó que no se hiciese algo así en una piel tan delicada. Como no tenía nada mejor que hacer y mucho menos que escuchar, presenció el final del dibujo, aunque era horrible según su gusto, porque el proceso le pareció mágico.

—Pelirroja, ¿te hago un tatu? —le dijo el pirata antes incluso de que acabara su obra.

—No, gracias —le contestó seca Laura—. Además, nunca me he hecho uno.

—¿En serio? Eres virgen, entonces, ¿no?

Laura no sabía qué decir, así que se levantó para marcharse hasta que el pirata le replicó nuevamente.

—Puedes escribirte algo si no te gusta este tipo de cosas. —Él mismo le hizo entender que era su trabajo y que no eran de su agrado los cuernos satánicos.

De pronto, se le despertó a ella una curiosidad y se preguntó: «¿Por qué no?». Su vida iba tan rápido y con tantos cambios que no le daba tiempo a digerirla. Una frase, una palabra, algo que la marcara para siempre. Sin más y sin pensarlo dos veces, se acercó al pirata y le dijo:

—De acuerdo, me apetece mucho.

Al pirata parecía que le había tocado el Gordo de Navidad; sabía que esta técnica le daba muy buenos resultados para llevarse una mujer a la cama.

—No tengo dinero.

Por un momento cerró los ojos pensando que el tattoo artist revolution, como él se hacía llamar, la iba a mandar al mismo sitio a donde la quería mandar el camarero con pinta de armario empotrado.

—Tranquila, yo a las vírgenes se lo hago gratis.

Volvió a sonreír, enseñando los dientes amarillos por el tabaco. Ella se sentó a su vera y él se metió la mano en el bolsillo para ver si llevaba preservativos.

—Quiero ponerme algo que pueda leer para que no se me olvide este momento.

La sensación de que pasara la aguja por su piel y nadie pudiese borrarla le pareció irresistible.

—Fantástico —dijo el pirata notando cómo efectivamente tocaba el condón con la punta de sus dedos—. ¿Qué quieres ponerte, preciosa? —Mientras lo decía, supo que nunca se había acostado con una mujer tan espectacular.

Laura se quedó en blanco, no sabía qué decir. ¿Qué podría ponerse en su piel que le recordara que estaba sola; que su madre había fallecido recientemente de un cáncer, de esos que solo asomarse te devoran y que ella apenas pudo despedirse; que su padre estaba acabado; que no tenía nada ni a nadie; que estaba en la Puerta del Sol viviendo de la caridad de una amiga? ¿Qué podría ponerse? Su reino se hundía, y ella no encontraba de dónde agarrarse para que la corriente no se la llevara.

De pronto, dijo sin pensarlo, como si fueran palabras ocultas en sus pensamientos dichas por una desconocida que de una manera casual se las había rescatado en la puerta de un baño, y ella había simulado no escucharla, para no dar la cara y callar bajo llave lo que sentía:

—Sirena.

Vocalía de Acción Literaria del Ateneo de Málaga

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