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Especial Halloween: El Exorcista

… Cuando dormimos, el sufrimiento, que no olvida, cae gota a gota sobre el corazón, hasta que, en nuestra propia desesperación, contra nuestra voluntad, llega la sabiduría por medio de la portentosa gracia sobrenatural. (Esquilo)

Chris enarcó las cejas.

—No hace usted más que hablar de ‘convulsión’, doctor. ¿Cuál es el nombre exacto de esta enfermedad?

—Bueno, no es una enfermedad -dijo tranquilo.

—Entonces, ¿cómo se llama específicamente?

—Usted la conoce como epilepsia, señora.

—¡Dios mío! Chris se hundió en una silla.

—Esperemos un poco -la calmó Klein-. Veo que, como la mayoría de la gente, su impresión de la epilepsia es exagerada y tal vez, en gran parte, mítica.

—¿Es hereditaria? -dijo Chris, sobrecogida

—Ese es uno de los mitos -le explicó Klein con calma-. Por lo menos, eso es lo que piensa la mayoría de los médicos. Mire, prácticamente cualquiera puede tener convulsiones. La mayoría hemos nacido con una gran resistencia contra las convulsiones; otros, con poca, de modo que la diferencia entre usted y un epiléptico es una cuestión de grado. Eso es todo. Sólo de grado. No es una enfermedad.

—Entonces, ¿qué es? ¿Una alucinación caprichosa?

—Un trastorno: un trastorno que puede dominarse. Y hay muchas clases de trastornos de este tipo, señora. Por ejemplo, usted está ahora sentada aquí y, por un momento, se distrae y no capta algo de lo que estoy diciendo. Pues bien, eso es una especie de epilepsia, señora. Sí, es un verdadero ataque de epilepsia.

—Sí, claro, pero eso no es lo de Regan -refutó Chris-. ¿Y a qué se debe el que le haya cogido de repente?

—Mire, todavía no estamos seguros de que sea eso lo que tiene, y admito que tal vez tenga usted razón; probablemente sea psicosomático. Sin embargo, lo dudo. Y, para responder a su pregunta, debo decirle que un gran número de cambios en el funcionamiento del cerebro puede desencadenar una convulsión en los epilépticos: preocupación, fatiga, presión emocional, una nota en particular de un instrumento musical… En cierta ocasión atendí a un paciente que sufría ataques sólo en el autobús, cuando se hallaba a una manzana de su casa. Pues bien, al fin descubrimos el motivo: una luz intermitente, que provenía de una empalizada blanca, se reflejaba en la ventanilla del autobús. A otra hora del día, o si el autobús iba a distinta velocidad, no sufría convulsiones. Tenía una lesión en el cerebro, causada por alguna enfermedad de la niñez. En el caso de su hija, el trauma estaría situado más adelante, en el lóbulo temporal, y cuando éste es afectado por un determinado impulso eléctrico de cierta longitud y frecuencia de onda, origina un repentino estallido de reacciones anormales, partiendo de la profundidad de un foco que está en el lóbulo. ¿Entiende?

—Supongo que sí -suspiró Chris, abatida-. Pero lo que no entiendo es cómo se le puede cambiar totalmente la personalidad.

—Es muy común en el lóbulo temporal y puede durar varios días y aun semanas. No es raro encontrarse con un comportamiento destructivo y hasta criminal. En realidad se produce un cambio tan grande, que hace doscientos o trescientos años se consideraba que los que tenían trastornos en el lóbulo temporal estaban poseídos por el demonio.

—¿Estaban “qué”?

—Gobernados por la mente de un demonio. Algo así como una versión supersticiosa del desdoblamiento de la personalidad. Chris cerró los ojos y apoyó la frente sobre un puño.

—Dígame algo bueno -murmuró.

—Vamos, no se alarme. Si “es” una lesión, en cierto modo tendrá suerte. En este caso, lo único que tendríamos que hacer sería extraer la capa de la cicatriz.

—¡Ah, magnífico!

—O, a lo mejor, es sólo una presión sobre el cerebro. Mire, me gustaría tomarle algunas radiografías del cráneo. Hay un radiólogo en este mismo edificio, y tal vez yo pueda conseguir que se las tome en seguida. ¿Lo llamo?

—¡Por Dios, sí! ¡Hágalo!

Klein lo llamó y arregló todo. Le dijeron que la llevaran de inmediato. Colgó el teléfono y empezó a escribir la receta.

—Apartamento veintiuno, en el primer piso. La llamaré mañana o el jueves. Me gustaría consultar a un neorólogo. Entretanto, suprimiremos la ‘Ritalina’ y probaremos durante un tiempo con ‘Librium’. Arrancó la receta del talonario y se la alargó.

—Yo trataría de quedarme cerca de ella, mistress MacNeil. Estos enfermos ambulatorios, si es eso lo que tiene, siempre pueden lastimarse. Su dormitorio, ¿está cerca del de ella?

Fragmento de “EL EXORCISTA”, de William Peter Blatty

Especial HALLOWEEN

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