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El colapso

Texto seleccionado para su publicación en el blog del Concurso de Relatos “Pesadilla en Compañía Street”

Por NOELIA SAUVELLE

Llegué a casa alterada. Me molestaba encontrarme de esa forma, la sensación que me estaba invadiendo me hacía presa de las opiniones de los demás sin ni tan si quiera pedirlas. Quise poner calidez en el salón; prendí unas velas de olor a canela y vainilla y encendí la pequeña luz del aparador. Desconecté el móvil, lo tiré en la mesa y a la misma vez caí yo también en el sofá. Busqué algo en la televisión que me distrajera. La noche estaba rebelde, el viento no paraba de soplar y las ventanas eran usadas como instrumento, el cual desafinaba sin remedio. Escogí una comedia, o al menos eso pensaba, porque la trama al principio me inquietó. Mi gato Merlí decidió acompañarme. Me sentí protegida con él recostado a mis pies. Logré sin duda una buena atmósfera: la mezcla de olores, la luz tenue y el ronroneo de mi felino consiguió relajarme.

De repente algo pareció inquietar a Merlí. Su cuerpo comenzó a arquearse ligeramente y la cola se le puso tensa. Los pelos de su piel parecían púas de erizo. Inició un maullido grave y bufó sin apartar la vista de la puerta que dirigía a la cocina. El aire rugió más fuerte en ese momento y no pude controlar un sobresalto que recorrió todo mi cuerpo. Intenté calmar a mi gato, pero éste me ofreció un arañazo, algo nada habitual en él. Sus maullidos y bufidos no cesaban. Se acercaba muy lentamente a la zona de la cocina en posición de acecho. Mi momento de relax llegó a su fin. Decidí ir a ver lo que le tenía tan inquieto. Por si acaso, cogí un grueso libro que tenía en la pequeña biblioteca del salón como defensa. Dejé a Merlí tras de mí. No entendía que estaba ocurriendo, empecé a ponerme nerviosa y mi corazón se aceleró. – Estaba sola en casa. Solo quería disfrutar de la tranquilidad del hogar. ¿Qué mosca le ha picado para que esté así? Habrá otro gato acechando la casa seguro- pensé. Al llegar a la cocina vi que todo estaba en orden. Miré hacia mi gato y éste no dejaba de maullar de forma dramática. Su piel seguía erizada. Lo vi venir corriendo hacia mí. Me asusté y cuando creía que lo tenía encima pude advertir que estaba ensalzado con la puerta que llevaba desde la cocina a un pasillo el cuál te dirigía a un baño y a un lavadero que hay a la derecha y a una habitación que queda justo de frente a la puerta que tenía que abrir. Con un gesto rápido la abrí sin pensar. Noté como empecé a palidecer. Mi piel se humedeció del sudor provocado por el estrés. Mi respiración se entrecortaba. Vi como salía luz de la habitación a través de la puerta entornada y me quedé en shock. – ¿Quién cojones hay ahí? ¿Qué hago? ¿pregunto? ¿grito? ¿me acerco? – Solo oía el latir de mi corazón, tuve la impresión de que iba a estallar en cualquier momento. Las lágrimas que empezaron a bajar por mis mejillas se convirtieron en ríos caudalosos. Intentaba ahogar el irremediable llanto. De pronto, me di cuenta de que estaba sola en aquel estrecho pasillo iluminado por la luz que se escapaba de la puerta entreabierta.  Al llegar a la suficiente altura como para empujar la manivela, volví a escuchar el maullido estridente de Merlí, acompañado del fuerte ruido del viento que hizo que la puerta comenzara a dar pequeños golpecitos con el marco sin llegar a cerrarse. En mitad de esa agonía, decidí ponerle fin al misterio y descubrir que había ahí dentro. Al abrirla comencé a gritar por el horror. El libro calló al suelo. Mis pasos retrocedían lentamente chocándome de forma torpe contra la pared. No daba crédito a lo que mis ojos estaban viendo. Entré en un estado de pánico indescriptible. Mis cuerdas vocales no paraban de emitir alaridos de terror. Notaba como mis ojos querían salirse de sus órbitas. Vislumbré la figura de una mujer de espaldas, toda de negro y suspendida en el aire. Era como un espectro. La sombra comenzó a girarse y a levantar la mano al unísono. Su dedo comenzaba a señalarme… – ¿Qué es lo que estoy viendo? ¿Qué quería decirme? ¿Qué va a hacer conmigo? – Me preguntaba entre aquel espanto. Mis ojos no podían creer lo que estaban presenciando. De pronto, empecé a notar como si alguien estuviera apretando mi garganta. Comencé a ahogarme. No podía respirar. Mis manos se posaron en mi cuello intentando librarse de lo que me impedía tomar aire sin éxito. La sensación de impotencia pudo conmigo y acabé finalmente perdiendo el conocimiento. Cuando volví en mi, vi a mi gato alrededor de mi cara maullando y restregándose por ella. Todo estaba tranquilo. El aire se había disipado. La habitación estaba vacía y la luz que percibía era la del amanecer del día. Había permanecido tirada inconsciente en aquel pasillo casi toda la noche. Me levanté desorientada. Tomé agua. No paraba de pensar en lo ocurrido y me preguntaba si aquello había sido un sueño o fue real. La experiencia de asfixia que sentí se asemejaba a la de una ansiedad desgarradora que no se puede controlar. Hasta la fecha no ha vuelto a repetirse suceso parecido. Hay sueños que me llevan a esas escenas y me desvelan en mitad de la noche despertándome empapada en sudor y con el corazón palpitando a toda prisa, como si de tambores de guerra se tratara, sin poder volver a conciliar el sueño. Desde aquel maldito día no visito esa zona de la casa.

Club de Escritura Párrafos Atenienses

¡Gracias a todos los participantes!

VOCALÍA DE ACCIÓN LITERARIA DEL ATENEO DE MÁLAGA

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