Por CHRISTINE FÉLIX GARCÍA
Este viernes tendrá lugar en el Ateneo de Málaga el homenaje a Inés María Guzmán, quien ha sido durante treinta años Vocal de Poesía y que atesora decenas de libros de poemas escritos en solitario y para antologías
Voy a llegar tarde, las calles del centro de Málaga están abarrotadas. La multitud, deseosa de actos comunitarios, es una escolopendra gigante de mil patas que no sabes si avanza o retrocede, ondeante tapona calle Granada. Cerca de la Catedral, redoble de tambores. El Cautivo ha salido a la calle. Llego tarde y la cita es en el Ateneo. Vicky Molina y Cris Miranda me llaman. “Tira por calle Álamos, atraviesa Beatas, pasa por detrás de los Mártires o por la calle de la librería Denis (aún sigue existiendo su recuerdo como un anclaje vital), Inés está ya en el Ateneo.”
La puerta está abierta, paso al zaguán, a toda velocidad me echo el gel hidroalcohólico, me froto vigorosamente las manos y, al subir el escalón, la veo; más bien veo su sonrisa, sus ojos brillantes, su postura de estar sentada como en casa. Manuel ha colocado varias sillas y una mesa bajo la ventana. Una lámpara de pie da un toque acogedor a esa salita de estar improvisada. Inés sonríe, “Del Ateneo -dice- solo me queda ya estar en el palomar”. Y ríe gozosa.
¿Cómo empezar esta entrevista? Pues, por los orígenes:
Somos ocho hermanos, hermanos creativos, de ellos cinco mujeres. Diego, medalla del Ateneo, lleva el grupo Acuario Teatro y Mari Carmen es una sonetista espléndida. Yo nací en Ceuta, pero me considero malagueña, de Ceuta fuimos a Alburquerque, un pueblo de Badajoz, después le siguieron La Palma del Condado, Huelva, Sevilla, San Roque y Málaga. Imagínate.
¿De dónde te viene tanto arte?
A mi padre le gustaba mucho dibujar y sobre todo escribir, era militar. A mi madre le escribía las cartas en verso cuando eran novios. Se casaron en plena guerra, mi padre se tuvo que ir al frente y mi madre estaba en una pensión. Contaba mi madre que un día mi padre apareció allí con las barbas, sucio y todo descuidado para darle una sorpresa. Estuvieron primero en Zaragoza, una vez terminada la guerra marcharon a Ceuta, allí nací yo y mi hermana África. Yo me vine de allí poco antes de cumplir los cinco años. Asentados en Málaga hice ballet, me licencié en Arte Dramático en el conservatorio… daba clases de gimnasia, de Arte Dramático, fue una experiencia muy bonita. He hecho teatro con mi hermano Diego, no os imaginaríais los nombres de gente importante que trabajado con nosotros. Hasta hemos ido a Madrid. “¿Quién?, ¿quién?” -decimos nosotras-, pues mira por ejemplo con Juan Antonio García Galindo. No parábamos, después estuve en los colegios y dando teatro en la ONCE.
Volvamos a Málaga…
Pues lo primero que yo hice cuando llegué a esta ciudad, más o menos por el año 75, fue ir al Ateneo; entonces estaba en la plaza del Obispo y al poco me hice socia, o sea que llevo 30 años de vocal de poesía, pero llevo más de socia. Después, de vocal en funciones de Poesía comencé en el 92 porque entonces era presidente del Ateneo el poeta Salvador López Becerra y siempre me insistía para que me presentase para la vocalía. Cuando ya Paco González Pedraza salió de vicepresidente es cuando me presenté. Entonces, Paco me dijo: “Bueno, bueno yo soy vicepresidente -tenía una voz muy especial- pero llevaré la vocalía contigo” y así la asumimos durante un tiempo juntos. También he compartido la vocalía con otros compañeros. Después, en una de las Juntas salió mi hermana y cuando ella no pudo seguir, me encargué yo. Por eso he estado los treinta años sin interrupción. Desde 92 al 2021. Para mí, el Ateneo es algo que está en mí, aunque la rodilla y otras circunstancias hacen que lo deje pero mira, aquí estamos.
¿Y la Infancia?
Si queréis que os hable de mi infancia os diré: de niña -en Ceuta- recitaba poemas de memoria. Vivíamos en una casa que era un bajo con huerta y jardines, y allí se subían los niños en la reja a escucharme. Yo tenía cuatro años, ellos seis y les hacía mucha gracia escucharme. Mi madre me contaba que más tarde, uno de esos chiquillos que llegó a General, le decía: “¡Qué linda, que linda Inesita!”. Aún recuerdo algunos versos: “¡Pastores, un hombre con una canasta llena de flores!” Porque claro, yo aprendí a los cuatro años en la casa a leer y buscaba palabras que rimaran, que es el concepto más básico de la poesía. He tenido la suerte o la desgracia, que nunca se sabe, de que a mi madre y a mi abuela les gustase la poesía, recitaban de memoria.
Es curioso que mi abuela nunca dijo poetisa. Siempre usaba poeta. Yo no es que esté en contra de la palabra poetisa, pero también digo poeta. Tuve la suerte de ser muy amiga de Carmen Conde, primera mujer académica de la Lengua, que me aseguró: “La palabra poetisa es la correcta.” Pero bueno, hoy valen las dos y si no, como decía Pablo García Baena: “Ya vienen aquí las poetisas y los poetisos”. Nosotras somos poetisas, pues ellos poetos y poetisos.
Los inicios. Primeros poemas.
Empecé a ir al colegio y en los cuadernos de doble raya ya tengo escritos poemas, aún los conservo en una caja. En el colegio estaba siempre castigada porque en vez de estar con el dictado, escribía versos. Si me veía la profesora, me los rompía. Después mi padre me reñía y es por eso que tuve que escribir a escondidas y claro, no estudiaba. Por eso, cuando fui más mayor y mi padre admitió que escribía, para mí fue una liberación porque hasta ese momento escribir poesía era como algo malo.
Hoy, estando en casa, he escuchado un poema, el de Antígona, de María Zambrano leído por mí y acompañada del piano por Paula Coronas y me ha entrado una congoja que, tengo una paloma suelta en casa, y ha empezado a revolotear nerviosa de verme así. Me dolía el pecho de la emoción.
¿Una paloma?
Sí, hace ya tres años. Me ha quitado hasta la depresión, es una maravilla vivir con mi paloma, vuela por toda la casa. No se va, una vez que pudo no lo hizo, vuelve y se posa en mi cabeza, se llama Brooklyn. La encontré en los jardines alrededor de mi casa, casi no tenía plumas, la paloma se fue haciendo grande y ya me decían los expertos que si la soltaba no sabría estar en la calle. Gracias a ella estoy a gusto en casa, con unas ganas de escribir como nunca.
La escritura
Hace cuarenta años no escribía como ahora, lógicamente, la experiencia también hace mucho, el tiempo y el trabajo. Estoy contenta porque veo la facilidad que tengo en escribir, sé lo que está mal y lo que está bien. Y corrijo porque es muy necesario corregir. Desgraciadamente, veo que todo el mundo quiere ser poeta, todo el mundo sabe escribir pero observo muchos errores, la gente se cree que todo vale. Para mí lo importante es el presente, disfrutarlo, como disfruté el otro día con los poemas de María Zambrano, porque aunque no los haya escrito yo, cuando los recito, los hago míos, que no me quite nadie ese disfrute. Si buscas algo más, por ejemplo, que salga en la prensa, llegar aquí o allá, ya tienes que estar pendiente de otras cosas … pero eso no lo es todo.
También disfruto con escribir y terminar un poema, que parece perfecto pero no lo es y sé que lo siguiente es arreglarlo; me encanta arreglarlos. También me mandan poemas para darles un retoque. Yo disfruto con eso. Hay quien me dice: “Ha quedado demasiado bien, mis hijas no se lo van a creer”. Y nos reímos.
Yo escribo para disfrute mío pero a nadie le amarga un dulce y si una persona lo lee y le gusta o si ese poema llega a algún lado, es lo mejor del mundo. ¿Si no, para que te vas a sentar a escribir y a leer? Aunque guste, es un trabajo sacrificado: hay unas reglas (que no haya asonancias, que tenga la medida, que tenga el ritmo, que no se repitan las palabras…) pero también la poesía tiene que transmitir algo, para los demás, pero sobre todo, para ti. No solo son palabras bellas. Por ejemplo, el enigmático título de El violín debajo de la cama, es un poema que me viene de una experiencia vital y a veces la belleza también viene de lo verdadero. Lo auténtico, se nota. Por ejemplo, Acto segundo, escena cuarta, mujer sola. Ese libro fue escrito justo cuando me separé, y después de escribirlo no quise publicarlo pero pasado el tiempo, estando en casa de mi hermana, volví a repasarlo y al releerlo y al emocionarme, entonces me dije, hay que publicarlo porque aún transmite.
¿Autores favoritos?
No puedo decir uno en concreto. Va por etapas de tu vida, son temporadas. Ahora, Pablo García Baena, me encanta. Hay que leer su obra entera. De niña tenía pasión con Bécquer, después me pareció cursilón y ahora me doy cuenta de que era su momento. Lorca me ha llegado más de mayor y a veces hay escritores que te acompañan en momentos de tu vida. No olvidaré lo que me emocioné con un libro que me regalaron de Neruda estando hospitalizada. María Victoria Atencia es una poeta que me encanta. Mientras más mayor, más me emociono, la vida la ves de otra manera. Como dice María Sanz, eso es “vivir por dentro”.
¿Cuántos libros tienes publicados?
En solitario más de treinta títulos. Después en antologías hay muchos más. El águila en el tabernáculo está considerado como mi obra cumbre. Es un libro épico. En varios premios importantes quedó finalista. También escribo para niños (recordemos que Unicef recomienda sus poemas). Los niños de ahora no son los de antes y hay que ponerse en su lugar. El último de poesía infantil es Espejos de mi infancia. Durante años he ido con el Centro Andaluz de las Letras por los pueblos de Andalucía. Lo que me han hecho vivir los niños, no me lo han hecho vivir los mayores. Tengo muchísimos momentos preciosos, divertidos también. Una vez en Logroño, después de leer, un niño le dijo a su madre: “Mamá, si Inés fuera una niña, me casaba con ella”.
A mí siempre me han llamado poeta sencilla pero recitando una vez en Canarias vi que los adolescentes no entendían nada, y no es que no supieran o no les interesase pero si no estás acostumbrado a leer poesía, es difícil; así que en vez de recitar del tirón fui explicando cada poema y resultó una de las sesiones más agradables. Porque hay momentos en los que hay explicar y no soltarles un rollo y marcharte. Cuando conectas con ellos, el timbre toca y nadie se acuerda de salir corriendo.
Pero mi poesía es variada, hasta me han tachado un poco de religiosa porque otro libro recientemente publicado es Por la escala de Jacob. Sin embargo tengo escritos un conjunto de haikus eróticos que aún son inéditos. Aún me acuerdo de alguno:
Ven a mi nido,
pájaro de la noche
duerme en mis ramas.
No sé, hay tantos escritos…, por poner un ejemplo, en el año 2021 he publicado tres libros. Ellas para la EMT, que son catorce poemas y se han distribuido 10.000 ejemplares, Fuera de contexto que ha sido ganador del premio Joaquín Lobato y ahora Ané y la paloma. Este último me hace mucha ilusión pues es una edición muy delicada y es una colección exquisita. Son trece poemas para la colección Arroyo de la Manía que dirige Rafael Inglada. Sobre animales ya escribí otro poemario: Cercano está el almendro (Del alma de los perros) pues versa sobre mi perrita Rima, que vivió conmigo trece años. Los animales son parte de ti. Y es que en este momento de mi vida me siento muy llena, muy plena y parte de esa sensación se la debo a mi paloma.
¿Cómo es el proceso para ponerte a escribir?
Lo mejor para hacer un poema no ocurre siempre, que es como una voz te dicta al oído y que te va dando pie a cada verso. Como decía Alfonso Canales: que la inspiración te pille sentado. Así que para ponerme a escribir, mi truco es leer, porque leer te pone el ánimo y el ambiente, entonces eso te predispone. Vale leer clásicos o actuales y no siempre hay que estar inspirado porque a veces hay que hacer poemas por encargo. Siempre hay que partir de una idea aunque después acabes con otra, totalmente distinta que ni tú misma te esperabas, por eso digo que siempre hay que arreglar y mantener el tono. La verdad es que no tengo normas, antes usaba siempre libreta y un día me puse al ordenador y aún no lo he dejado.
¿Siempre poesía?
Tengo prosa poética porque cuando me piden prosa suelo ser muy irónica. No tengo término medio. Yo nunca sería periodista, soy incapaz de hacer algo neutro. Para novela soy un poco vaga, tengo varios inicios de novelas, La visita es uno sobre mi abuela. Mi abuela, que fue monja de clausura se salió porque se puso enferma. Imagínate, allí se flagelaban, comían mal, dormían mal…; así que se salió, conoció a uno de sus primos y se casó con él. Era muy graciosa, cuando nos peleábamos decía: “De todo esto tengo yo la culpa, por haberme salido del convento”, ¡ay qué de cosas! Ya está. Que nos cierran y yo puedo seguir hasta mañana.
La complicidad es un misterio. Las cuatro nos reímos juntas. Mientras le quito el micrófono y hablamos de hacernos fotos, la miro y me imagino una paloma revoloteando sobre su cabeza. Veo la improvisación ágil en los ojos, los libros prestados, unas notas de música, voz de poema en las ventanas de colegios donde los niños se hacen versos, jardines espléndidos, desiertos y el ancho mar; la dulzura y la sorpresa en cada rincón del tiempo. Ateneista, nacida para contemplar espejos de Venecia, la totalidad de su vida es el primer acto de un guión infinito en el que ella declama cada minuto. Así surgen sus poemas, una impresión repentina o un tema en profundidad, todo cabe en sus versos. Nos levantamos, agarrada a mi brazo cruzamos el portalón del Ateneo, la calle bulliciosa es un tapiz que se que se extiende a nuestros pies, a Inés le brillan los ojos y la vida transcurre, y la atraviesa.
VOCALÍA ACCIÓN LITERARIA