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La última apuesta

El texto de L.D. TANKER, seleccionado entre las propuestas de los escritores del Club Párrafos Atenienses, que cada quincena se reúnen virtualmente

Por L.D. TANKER

Esta tarde no brilla el sol en Servigliano. Una estrepitosa ráfaga de viento entra en acción y doblega a los arraigados y centenarios robles que resisten al vendaval. Las calles adoquinadas del centro medieval se encuentran mojadas a causa del chaparón en la mañana. Pitidos de bocinas interrumpen los pasos de algunos transeúntes a modo de aviso.

El relojero, en una esquina de la plaza, y el pastelero, en la otra, han empezado a echar el cierre antes de tiempo. Los toldos cimbrean antes de ser enrollados y algunos trozos de metal de la estructura son arrancados por un remolino.  Las cortinas metálicas, a modo de escudos, protegen los escaparates variopintos de la zona, y algunas sillas salen disparadas hacia la fachada de la iglesia. El párroco, don Benito, acompañado por el cartero están intentado cerrar el portón con una tranca robusta. En un instante, una corriente los atraviesa y levanta la sotana del clero hasta las cejas. Don Benito tira de su sotana hacia abajo pero no puede evitar el vuelo de su sombrero de teja que sale disparado como una bala de cañón colándose por el balcón de Ginno Scarffi.

Ginno consigue cerrar las balconadas de su casa antes de que se quiebren los cristales por un portazo. Tras el esfuerzo, se sienta en el sofá un buen rato, en silencio. De su perfil grotesco, sobresale una mandíbula prognata de aire histórico que se acentúa cuando deja la boca entreabierta. Lleva puesto todavía el pijama de cuadros y el batín mañanero, aunque hace siete horas se levantó y tomó su café expreso. Sin calefacción, el joven está embozado en una manta de cuadros, un poco roída y a falta de flecos. Las zapatillas no le abrigan por completo; están llenas de agujeros.

A su lado, en una mesita, una vieja radio oxidada está emitiendo un programa sobre los últimos escándalos de la venalidad política. Con los ojos legañosos y la barba sin afeitar, agarra lo que queda de una pipa, la enciende e inhala profundo llenando sus pulmones de humo. Frente a él, hay una mesa desordenada que contiene el “Corriere della sera” en la parte central, abierto por la página de los juegos de azar ycubierto por un montón de apuestas,y en la esquina derecha, una copa medio llena de whisky maltes. El programa de radio se interrumpe por una alegre algarabía y una voz, que sobresale con tono altisonante, anuncia el caballo ganador de la última carrera de la tarde. Al escuchar el nombre, Ginno arroja con fuerza la radio contra la pared y la rompe en pedazos y grita, ¡maldita sea!

El teléfono suena de fondo. A Ginno se le apaga el color de la cara en un tono gris verdoso, camaleónico como las paredes de su estancia. Hace un ademán con la mano para descolgar, pero la retrae; el sonido persiste y descuelga.

-¿Dígame? -Aprieta el auricular muy fuerte contra su oreja derecha. Puede escuchar la respiración de una persona al otro lado de la línea. Después de unos segundos que parecen interminables, el sujeto decide hablar.

-¡Ginno! -grita una voz potente y ronca- ,llamo de parte de Tito -hace una pausa y continua- ,disponías de una semana para pagar tu deuda -amenaza.

Se oye una risa espeluznante y Ginno no se lo piensa.

-Escúchame, gilipollas de mierda, dile a ese pequeño idiota y presuntuoso que Ginno Scarffi  siempre paga sus deudas. -Cuelga inmediatamente. Echa la cabeza hacia abajo y frunce el ceño. Tras unos minutos en silencio, decide hacer una llamada. Su pierna derecha empieza a temblar. Al otro lado de la línea se oye una voz femenina.

-Casa Scarffi, dígame.

-Emmanuela, soy Ginno.

-Señor Ginno, ¡qué alegría escucharle!, hace mucho que no sabemos de usted. Su padre le ha estado buscando por todas partes, ¿sabe? Han pasado muchas cosas.

-Emmanuela, no me puedo entretener. Quiero hablar con mi padre, es urgente.

-Me temo que eso no es posible. El señor está fuera, tiene una reunión importante. Estará aquí a la hora de cenar.

-Gracias Emmanuela, llamaré más tarde. -Corta la llamada y arroja el auricular sobre la mesa.

Ginno se sienta en el sofá y termina el trago de whisky. En la calle se escucha el sonido de varios vehículos que aparecen de la nada. Frenan y aparcan frente a su casa. Varios individuos vestidos con trajes oscuros suben por las escaleras hasta el cuarto piso. Pegan al timbre y Ginno no abre la puerta. Está asustado, de sobra sabe quiénes son. Uno de ellos irrumpe en el piso abriendo la puerta con una patada.

Con el escándalo, una vecina de Ginno observa por la mirilla.

– Ay, Dios mío -susurra.

-¿Qué ocurre Rosa?

-Son los hombres de Tito Calabrese, el dueño del casino del porto de San Giorgio, han entrado en el piso de Ginno a la fuerza.

-¡Ni se te ocurra llamar a la policía! -advierte a su esposa.

Uno de ellos se encuentra frente a Ginno apuntándole con una pistola.

-¡Ay, pobre de Ginno, pobre de Ginno! -Se ríe en tono burlón, le acerca el cañón al pecho y lo hace retroceder paso a paso hacia el balcón. Ginno identifica su voz. Es la persona que antes lo amenazó.

El otro tipo se adelanta y abre las puertas balconeras de par en par. Ginno mira fijamente a la cara de quien lo apunta con los ojos desencajados y la boca entreabierta. No emite sonido. Es empujado al vacío. El sonido de sus huesos contra el suelo deja en silencio a la tarde. El viento retrocede huyendo del lugar. Nadie se asoma. Nadie avisa.

A la mañana siguiente, las portadas de los periódicos nacionales emiten un comunicado: Ginno Scarffi, el hijo del primer ministro, ha sido encontrado muerto a causa de un accidente en Servigliano, su actual residencia.

El Club de Escritores Párrafos Atenienses es coordinado por Asunción Cabello, junto a la vocal de Acción Literaria, Vicky Molina

VOCALÍA ACCIÓN LITERARIA

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