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El gozo de las perdices

Con el texto de Elvira Mateos Carrasco, que ha sido seleccionado entre las propuestas de los escritores del Club Atenea Inspira, celebramos el Día Internacional de la Mujer

Por ELVIRA MATEOS CARRASCO

Pero no mía

ni de Dios ni de nadie

ni tuya siquiera.

Agustín García Calvo

I.

El príncipe llega al claro a lomos de su brioso corcel, la luz del ocaso le baña la piel con un brillo ambarino y se columpia en las ondas de su melena arrancando destellos color caramelo, sus pestañas abanican el aire sobre unos iris que parecen haber atrapado pedacitos de cielo alrededor de cada pupila y, al ver a la joven que yace sumida en un profundo letargo, esboza una sonrisa en la que afloran dos hileras de dientes blancos como perlas.

Las hadas, ocultas bajo un conjuro de invisibilidad, se miran entre ellas con la ilusión sosegada de quien ya sabe lo que va a pasar, «Por fin se romperá esta horrible maldición».

El príncipe salta de su montura, con paso decidido se aproxima al féretro. «Oh, princesa», su voz es aterciopelada y dulce, como un melocotón, «Oh princesa, he recorrido eriales y prados, valles y montañas, galopado día y noche para contemplar tu hermosura, y al mirarte ahora mi corazón se hincha de júbilo, pues son ciertos los rumores. Eres tan bella que las palabras ensucian tu esplendor, cortas se quedan para alabarte, caigo aquí de rodillas frente a tu grandiosidad durmiente y proclamo a los vientos mi devoción por ti». Las hadas aplauden emocionadas, cuantísima elocuencia la de este príncipe.

«Oh princesa, de nuestra unión saldrán hijos que gozarán de las mieles de tu gracia y de mi porte, a ellos y a mí te dedicarás en cuerpo y alma. De sabrosos manjares poblarás mi mesa, servirás vino en mi copa para endulzar mi temple mas no abusarás tú de él, pues es ya conocido el pavoroso efecto de los licores en la piel de las doncellas y habrá de de ser tu mayor deseo mostrarte siempre lozana ante mis ojos. Me esperarás junto al fuego cuando regrese cansado de cazar, y me recibirás bañada en perfumes y ungüentos, me honrarás con el fruto de tu encanto cada día y yo clamaré a los ángeles mi felicidad contigo».

El príncipe está cada vez más cerca, las hadas apenas pueden contener la algarabía de hurras que les suben por la boca del estómago.

«De todas mis posesiones, oh princesa, serás la más grandiosa, de todos mis bienes lo más preciado», y la besa en los labios.

Las hadas cuentan los segundos, uno, dos, tres, cuatro, nada. Cinco, seis, siete, ocho, tal vez lleve más tiempo eso de romper el maleficio. Veinticinco, setenta y dos, ciento ochenta y nueve, el príncipe hace rato que ha partido a lomos de su brioso corcel, con algo parecido a un mohín de enfado asomando a su pasmado rostro mientras se aleja del claro, «Oh, ingrata».

Las hadas, también perplejas, vuelven los ojos hacia su hechizada protegida, que continúa envuelta en un sopor impenetrable y pegajoso, las manos cruzadas sobre el pecho, los rizos que serpentean enmarcándole las mejillas… ¿es una mueca burlona lo que asoma a la boca de la princesa?

II.

Fijémonos por un momento en la princesa, envuelta en un sopor impenetrable y pegajoso, las manos cruzadas sobre el pecho, los rizos que serpentean enmarcándole las mejillas… fijémonos en el surco casi imperceptible en su entrecejo, en el que ni el príncipe ni las hadas han reparado: la princesa está soñando.

Las palabras de la hechicera gotean aún por los pliegues de su mente, «Sólo un beso de amor verdadero romperá el embrujo». Pero la princesa no sabe lo que es el amor verdadero, ¿cómo va a reconocerlo?

De pronto la imagen de su madre se perfila entre la bruma que le empaña el interior de la cabeza, le está soplando las rodillas porque la pequeña princesa se ha caído mientras correteaba por los jardines y llora desconsolada, «El amor verdadero debe ser algo parecido al cuidado», piensa. Se le aparece también aquel petirrojo que hacía equilibrios en su ventana, con su pecho anaranjado y su canto ondulante, «El amor verdadero debe ser algo parecido a la compañía». Ahora el tacto rugoso de las manos de su abuela, la caricia tibia de su padre, los dedos de su amiga peinándole las trenzas, «El amor verdadero debe ser algo parecido a la confianza».

El príncipe está cada vez más cerca, las palabras le llegan atenuadas por esa especie de niebla densa y gelatinosa que flota sobre sus párpados, «De todas mis posesiones, oh princesa, serás la más grandiosa», pero la princesa no está segura de querer ser posesión de nadie…

III.

Uno, dos, tres, cuatro, nada. Las hadas siguen contando los segundos: cinco, seis, siete, ocho, tal vez lleve más tiempo eso de romper el maleficio. Veinticinco, setenta y dos, ciento ochenta y nueve, el príncipe hace rato que ha partido a lomos de su brioso corcel, la princesa continúa dormida, el ocaso destiñe el claro.

Las perdices observan la escena a poca distancia del féretro, «Por fin un buen desenlace».

El Club de Escritores Atenea Inspira, que cada quincena se reúne en la Biblioteca del Ateneo de Málaga,  es coordinado por Lola Acosta, junto a la vocal de Acción Literaria, Vicky Molina

VOCALÍA ACCIÓN LITERARIA

2 Comments

  • Ángel Carrasco Galán
    08/03/2023

    Nada más mágico, inspirado y sutil que este pequeño relato para conmemorar el día de la mujer, y para proclamar lo esencial de su contenido.

  • Milagros Mata Molina
    11/03/2023

    El relato logra recrearnos en espacios mágicos de la infancia que recordamos, asimismo en las creencias de que las mujeres somos posesión del hombre. Mis pensamientos me llevaron a ser la princesa encantada, quien de manera consciente, decidió hacerse la dormida, y burlarse del «dueño de todo». Creo que el desenlace puede pasear al lector por diversos tiempos hasta el actual, en relación al necesario cambio de paradigmas relativos a lo que una persona (mujer u hombre), desea.

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