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El ensayo que hiere y sana de Jorge Freire

Por VICKY MOLINA

“Agitación. Sobre el mal de la impaciencia”, del escritor Jorge Freire (Madrid, 1985), ganador del XI Premio Málaga de Ensayo “José María González Ruiz”, ha sido recientemente publicada por Páginas de Espuma. En esta obra, el pensamiento se muestra como un revólver en la sien de la agitación permanente y casi siempre improductiva en la que vivimos.

Freire habla para la Vocalía Acción Literaria del Ateneo de Málaga de este libro, en el que se reivindica la función de la filosofía y que seguro arrojará algo de luz a nuestro interior.

1. Cuáles son las bases de la propuesta constructiva sobre las que se asienta “Agitación. Sobre el mal de la impaciencia”

Este libro es tanto una polémica de ideas como una consolatio. En primer lugar, analiza uno de los males que aquejan con mayor saña al sujeto contemporáneo, un problema viejo como el mundo que en nuestros días se agudiza hasta el paroxismo. A grandes rasgos, se asemeja a aquello que según Pascal constituía la fuente de todos nuestros dolores: nuestra incapacidad de estar quietos y a solas en una habitación. En segundo lugar, recupera la vieja noción de pharmakon que, a mi juicio, define la función de la filosofía: por un lado, nos ayuda a curarnos las heridas que los sinsabores de la existencia provocan y, por otro, nos infunde valor para acopiar argumentos con que edificarnos una vida razonable. El ensayo trata de ser, en último término, como la lanza de Aquiles, que hiere y sana.

Celebro, por cierto, que lo definas como una propuesta constructiva. Burke escribió que es más fácil desmontar un reloj y convertirlo en un batiburrillo inservible de piezas que tratar de montarlo y hacer que funcione. Robert Burns dedicó un poema a un ratoncito al que un arado había destrozado la madriguera: ese montón de hojitas / te habían costado agotadoras dentelladas… No es casualidad que ambos escribieran esto en plena Revolución Francesa, cuando los desafueros de la Convención comenzaban a ser evidentes. Es más fácil destruir que construir. 

2. Cree que esa diversión obligada puede responder a una necesidad impuesta de abolir la realidad

Así es. Sostengo que la agitación es uno de esos movimientos apotropaicos que, desde la noche de los tiempos, los grupos humanos ejecutan para espantar aquello que les aterra: su condición finita, su mortalidad. Por desgracia, la realidad es tenaz y termina imponiéndose, pero eso da igual. Los pueblos arcaicos danzaban tres días alrededor del fuego para conjurar la fatalidad; nosotros tenemos el campo de fútbol y la rave, el teatro inmersivo y la performance independentista para hacer más o menos lo mismo.

 3. Entronca de alguna forma su idea del eterno movimiento y constante agitación del individuo con la de auto-explotación, del pensador surcoreano Byung-Chul Han

Comparo al sujeto contemporáneo con la figura del mítico Ixión, atado a una rueda ardiente que gira sin cesar en las entrañas de la tierra, aunque quizá se parezca más al hámster que da vueltas y vueltas. La gran diferencia entre ambos y nuestro coetáneo es que éste se unce a la rueda voluntariamente. Respecto a la auto-explotación de Han, si bien comparte un sustrato común con mi concepto de agitación, media un trecho entre ambos. Lo de Han se parece al modelo de explotación taylorista que un personaje de Sueño crepuscular, de Edith Wharton, establecía para su vida privada. En aras de la productividad, cada tarea quedaba establecida con una precisión inusitada: cinco minutos y medio para sacar al perro, seis minutos para bañarse, etc. La agitación, sin embargo, no es especialmente productiva. Más que explotación, es una suerte de borrachera. Si seguimos la metáfora etílica que moteja de workaholic (o trabajólico) al adicto al trabajo, podríamos decir que la agitación equivale al delirium tremens. 


 4.  Sería esa obligación de diversión una falsa creencia de que uno se está realizando

Más allá de la diversión, “hacer cosas” y “ponerse las pilas” son en nuestro tiempo mandatos de obligado cumplimiento. No es que este concepto de realización, que encuentra su ideal en el conejito de Duracell, nos obligue a imponernos metas altas y exigentes, sino que éstas son directamente estúpidas.


5. Es posible la diversión completa de forma virtual, sin la incorporación de todos los sentidos

Divertirse significa girar en otra dirección (di-vertere), como los surcos del arado. Para ello no hacen falta los cinco sentidos ni, naturalmente, atenerse al principio de realidad, pues lo virtual es, stricto sensu, lo contrario de lo real. Ahora bien, uno está en su derecho de pasar el rato tontamente; ¡faltaría más! Otra cosa es, por ejemplo, tratar de erigirlo en modelo pedagógico, como viene haciéndose durante los últimos años. Por mucho que bramen los próceres del “aprender jugando”, sintagma tan bobalicón como negligente, el esparcimiento no puede ser simultáneo a la instrucción, pues está solo se produce por confluencia. Sobra recordar que estar disperso es lo contrario de estar concentrado.

6.  Volverán los niños a ser capaces de divertirse jugando en la calle sin hacer un click…

Desconfío de la nostalgia. Nunca me he creído el manriqueño lema de que todo tiempo pasado fue mejor. Aunque sean más sedentarios y se expongan a los peligros de la tecnología, ¿diríamos que los niños de hoy sean más desgraciados que los que antaño jugaban en la calle? No creo. Otra cosa es que un niño no debería pasar todas las tardes solo, con la única compañía de la tablet. Pero convendremos en que el problema en ese caso no es la tablet. Los niños requieren tiempo. Cuando carecen de presencia cercana, acaban pagándolo. 

7.  Cuáles son las manías incesantes de Jorge Freire

Están casi todas descritas en el libro. Soy el principal blanco de mis críticas, por decirlo con la expresión que suelen enarbolar quienes confunden la reflexión razonada con una espingarda llena de pólvora. Aun así, lo cierto es que vengo con la cazoleta cargada y que en este libro tiro a dar…

8.  Nos podría recomendar algunas lecturas “curativas” que inviten a un divertimento lúcido

Basta con que esa lectura nos interpele y arroje algo de luz a nuestro interior, que es, en teoría, donde se agazapa la verdad. Y para eso sirve casi cualquiera. ¿No decía el bachiller Sansón Carrasco que no hay libro malo que no contenga algo bueno? Por eso hay que saber leer entre líneas. Eso, y no otra cosa, es lo que la inteligencia (inter-legere) significa. De todos modos, no tengo claro si los buenos libros curan o enferman… ¿Recomendaciones? Siempre es buen momento para leer las Meditaciones, de Marco Aurelio.

Jorge Freire es filósofo de formación. Profesor y escritor. En 2015 publicó una biografía intelectual de la novelista estadounidense Edith Wharton, titulado “Edith Wharton. Una mujer rebelde en la edad de la inocencia”, publicado por la editorial Alrevés. Su segundo libro, un ensayo sobre el “Casanova de las causas,” Arthur Koestler y la Guerra Civil, bajo el título “Nuestro hombre en España”, también publicado por Alrevés. Freire escribe en El Mundo, Letras Libres y El País. Lleva además un blog de libros en el periódico digital “The Objective” con el nombre de “Geórgicas”:                                      https://theobjective.com/author/jorge-freire/

VOCALÍA DE ACCIÓN LITERARIA DEL ATENEO DE MÁLAGA

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