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Juan Miguel González: «Al principio escribir es como respirar, después la serenidad mengua al entusiasmo»

En la foto de izqda. a dcha.: Vicky Molina, Manuel Salinas, Juan Miguel González, Rosa Romojaro y José Antonio Quesada

Por LIDYA MOEZZI

A mediados de diciembre tuvo lugar la presentación del libro ‘El instante no atendido’ de Juan Miguel González. El evento fue organizado por la vocal de Poesía, Rosa Romojaro, con la coordinación de Vicky Molina, vocal de Acción Literaria.

«Al principio escribir es como respirar, después la serenidad mengua al entusiasmo», son palabras del poeta malagueño Juan Miguel González. Su nueva antología se basa en una serie de vivencias místicas y espirituales, que aluden a la alegría de la infancia. Por su parte, Manuel Salinas, escritor y académico, realizó una presentación del libro “fuera de lo común” a través de un discurso titulado ‘Feliz aquel que todavía tiene esperanza’. El fundamento de este libro se muestra como un impulso de mostrar el amor y la belleza de la expresión. Además, contempla una reflexión: ¿qué hacemos cuando la realidad ha sido sustituida por la ideología? Esto daría lugar al relativismo moral e incluso a la creación de sociedades infantilizadas. El autor asegura que la poesía es un medio de reversión y el poeta un sacerdote de ello.

Juan Miguel González y Rosa Romojaro

El acto prosiguió con la lectura de algunos de los poemas: ‘Levitación del frío’, ‘Cercano misterio’ o ‘Ante la tumba de Nietzsche’, que muestra lo intrascendente que es el ser humano. El poeta aborda versos cargados de fe por su experiencia religiosa. En algunos de ellos se muestra anclado en el tiempo, como el que protagoniza el título del libro ‘El instante no atendido’, mientras que en otros como ‘Vuela a los riscos’, el tiempo sí está definido. Pero sin duda, el que dedicó a su hija Clara fue uno de los que más conmovió al público con su verso final «Eres la primavera, y no lo sabes». El autor asegura que tras la escritura de ‘El instante no atendido’, ‘Visión de la piedad’ y ‘La Lluvia prometida’ el ciclo metafísico es una etapa que queda completada y cerrada en su largo recorrido como escritor. Ahora cree que tomarán protagonismo los temas relacionados con el realismo mágico o el humor absurdo.

En el evento también intervino el filósofo y escritor, Julio Quesada, que no pudo viajar desde México, donde imparte clases en la Universidad de Veracruz, pero lo hizo de forma honda y emotiva a través de su sobrino José Antonio Quesada.

Manuel Salinas, durante su intervención

Y ahora, os dejamos con el discurso que Manuel Salinas pronunció en el acto y que reproducimos íntegramente:

¡Feliz aquel que todavía tiene esperanza!, (Goethe)

      El maestro albañil. —Mirad esos baluartes, esos contrafuertes: parecen construidos para la eternidad.
Schiller.

DESPUÉS DE LA MUERTE DE DIOS, el libro que nos entrega el demonio es el mundo (“Gaspar de la Noche”), pero no en forma de conocimiento, de árbol del bien y del mal, sino como fruto, COMO VIDA; saborearla, olerla, sentirla: vivirla en su infinitud, en su fascinación no concede reposo a ninguna edad. Después del olvido del ser, los dioses no sobreviven sino como grandes organizaciones sociales.

Sin embargo, la lectura de ese libro es más propia para fomentar afectos celestiales que para inspirar amores terrenos. Es luz metafísica, ala de mosca, sonrisa del soñador que encuentra nieve en primavera y flores en invierno. La belleza no es una fuerza inocente. Cuando te toca de verdad, ya no puedes seguir tolerando el mundo y te subes a un árbol, a lo alto de un árbol, como los pájaros a los hilos del telégrafo; para leer hay que estar en las nubes. Por eso la voz de la avecilla que pone el pico hacia arriba, se llama canto, perpetuo ardor, intensidad, vida.

Pensemos en Cosimo Piovasco di Rondò, aquel joven que el 15 de junio de 1767, se sube a una encina y nunca más vuelve a pisar la superficie terrestre. No es éste el mundo que soñó; se hizo arborícola. Tiene muchos anhelos, entre ellos el de ordenar las llamas, las incendiadas cosas que se quedan en el corazón despiertas, y en su coloquio íntimo, ebrio de sequía, encuentran el infinito, la eternidad cambiante, lo que deja de ser inconstancia, relámpago, y en media azumbre de vino, en cumplido sueño permanece y dura.

Qué busca este hombre a ciegas en la penumbra del deseo, en el ansía de vivir y no vivir, del sentir o no sentir, allá arriba. Acaso que nada quede sin su entusiasmo, sin su fervor, sin su vivir, sin su canto. Que no quede sin testigos la gran obra.

Cantar es un prodigio. Y, ya en lo alto, Cosimo Piovasco di Rondò, imita tan bien el canto de los pájaros que no se puede decidir, si el eco o el espejo; si memoria o si es encantamiento. El canto renace permanentemente, su fuerza original perdura para que nuestro destino fugaz se convierta en lo que permanece, en un pacto, en un sentido espiritual consistente, en un acuerdo, como anota don Quijote:

Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos. Y no os digo más.

La alianza habla de la infancia, del pacto de una “Nueva vida”, del espíritu, del alma que dice sí, y que ama. Cuando se descree todo lo alto se muere, la verdad, la belleza, el amor, la libertad de elegir, lo infinito.

Sin duda, la lectura sacralizada del mundo convierte a la vida en un libro que debe ser interpretado para superar su literalidad, su ramplonería, su finitud y su muerte.

Alcanzar la noche, la sospecha, un mundo simbólico, construido para la eternidad, un mundo que se ha ocultado y en el que el hombre aprendió a encontrar en su ausencia la presencia (Deus absconditus), el sentido y el misterio, pues ambos saben hallar, en la lejanía y en el más allá,un mensaje de vida, de esfuerzo y confianza que viene del lado de una antigua inocencia.

De lo evidente a lo oscuro, el canto del lúgano multiplica la belleza y los anhelos. Cantar tiene sentido, el mundo acaso no. Pero cantar sí, porque la vida sabe seducirnos, hallarnos desprevenidos: salvarnos la vida.

La belleza está en el hombre, y sobrevive en el hombre que a lo más lejos se encarama. Quiere vivir. Anhela ver más allá y entrar en la muerte como quien entra a una fiesta.

Subir a un árbol es como bajar a un pozo, como ir bien dentro para observar desde la distancia a los hombres y a las cosas.  Son las hojas raíces que se estremecen, el prodigio está en mirar lo que está lejos dentro (Machado). Porque “el amor no ciega. Al contrario. Permite percibir lo que, sin él, no llegaría a la existencia” (Camus). La belleza descansa en las cosas, pero es el canto quien debe hacerla visible.

Cantar es querer, arder: convertirse en lo que el olvido pierde y la memoria transforma. El amor muestra el mundo infinito, no para ser entendido, sino para ser interpretado, vivido, sentido. El resto es tiempo, fluye, se precipita, no es vida, se escapa.

El amor sueña nuestro nombre, porque tener un nombre es conocer la herida que lo constituye, y cantar es imaginar, recordar que entre las hojas no es una certeza, sino algo profético, el alba.

El pájaro busca la cima, ensancha los confines de todo lo que nos es dado, lo quiere ver todo, no hay una sola cosa que no sea víspera, hontanar que nos entrega en su plenitud un sueño. No hay nada comparado con la dificultad de ser un buen arquitecto que intenta preservar su autonomía e individualidad frente a las fuerzas sociales que tratan de supeditar el hombre a lo colectivo, o a cualquier otra totalidad abstracta, la cultura, la tradición, la técnica, el ajetreo (in)mediático.

El hombre solo pretende recuperar su dignidad, su altura. Se busca en la felicidad, pero se encuentra en el corazón, en la piedad, en la palabra hospitalaria (Claudio Rodríguez) que deja una infinita herida.

La gota de agua se salva en el mar. El hombre halla su sentido disgregándose en los otros, repartiendo el pan, perpetuándose en las inercias de la vida, superando las estrechas contradicciones, disolviendo la soledad y la injusticia en un proyecto común, a la manera de los eleatas que creen en el principio de la contradicción. La vida rompe su finitud existencial y alcanza un horizonte más alto. Cada instante nos hace elegir entre la amada, la felicidad a la que tenemos derecho, y lo que corre más prisa, mientras la vida se renueva y se proclama.

Las aspiraciones del hombre son racionales y chocan con la condición misma de su existencia, ser como la rosa, sin un por qué. La razón y de su mano el lenguaje ha mostrado su envés. El hombre se presenta a una nueva e imperativa reformulación que lo vuelva a introducir en el mundo. Y, lo más importante, que le permita volver a habitarlo sin sentirse perdido o, lo peor, exiliado. El mundo de las instituciones, de las asociaciones, de los semáforos, de las prisas, lo ha convertido en rinoceronte (Ionesco):

         Ahora, ya estoy solo. (Va a cerrar la puerta con llave, con cuidado, pero con ira.)

A mí no me cogerán. (Cierra cuidadosamente las ventanas.) No, a mí no me cogeréis. (Dirigiéndose a las cabezas de rinoceronte.) Yo no os seguiré. No os comprendo. Continúo siendo lo que soy. Yo soy un ser humano. Un ser humano.

La doble imagen suscita una tensión: hacia el futuro, por los deseos que convoca, y hacia el pasado, por las supervivencias que invoca. El tiempo explota sin detonar. Las imágenes nos envuelven. Vivir es un acto de presencias. Y el mundo se limita a fluir, es tiempo que se construye y se derrumba; se pulveriza y se metamorfosea; se entierra y surge, en otras partes o de otro modo, en tensiones o latencias, en polaridades o en ambivalencias. Juan Ramón Jiménez anotó: “Del mundo no se regresa, sí del cielo.”

Los pájaros son gregarios, y huyen a lo no propio. Viven en bandadas, con lo cual nadie es él mismo, sino que cada uno es como los demás: quiere estar solo y quiere compañía. Esta tensión es permanente entre el ser racional y el mundo insensato, entre el antiguo pacto y el renunciar al asentimiento de los otros. El hombre emplea su tendencia al orden, a la compresión, y el mundo sólo ofrece su desorden, su pequeñez, su caos. Nada le obedece; todo se ha trasformado en una polvorienta cacharrería, en un bibelot que, sin la huella del hombre, no tiene cura.

Las barreras organizativas y morales de la ciudad, la sociedad, las instituciones benéficas, las máquinas, las secretarias, los policías, los semáforos, los oficiales de Estado Mayor, los conserjes de hotel, los empresarios teatrales, los industriales, las asociaciones de todo tipo, hacen que nunca consiga celebrar la vida, símbolo del deseo, de un impulso, de un imposible del alma, que exorciza el canto, la inocencia, la confianza en el hombre, en su inteligencia que cree en el amor, en la lealtad, en la belleza, en el bien, y que entona la hospitalaria herida del deseo y los problemas de su singularidad que desde la cima nos arropa: “¡Ah, toda yo, vuelta carne tuya!”.

 Quiere pertenecerse a sí mismo, pero también estar unido a los otros. El mundo ha modificado sus equilibrios, el hombre deja de ser un acontecimiento ante los ojos para quedar integrado en la composición, en la historia, o en el relato que lo define y lo oculta al mismo tiempo. La huella del hombre ilumina el mundo, lo hace brillar en la belleza. La ciudad exorciza la confianza en el hombre, en su inteligencia, y la máquina lo libera de cualquier incierta pretensión de saber.

Pero, qué hacer con lo invisible. Qué hacer con lo que queda bajo la alfombra. Qué con lo que no es, pero se alcanza:

(Camus) CALÍGULA. – Pero yo no estoy loco, y aún más, nunca he sido tan razonable. Es que, sencillamente, he sentido de pronto la necesidad de lo imposible. Las cosas, tal como son, no me gustan.

Sin dudael pájaro es un ser de anhelos, porque es un ser de carencias y necesita crear entre las ramas un lugar para los sueños. Nacemos dos veces, y en el segundo nacimiento se nace por libertad, por amor al mundo, por sufrir la compañía que funda de nuevo la confianza, la ilusión, la inocencia.  

DESPUÉS DE LA MUERTE DE DIOS, decía al principio, el libro que nos entrega el demonio es el mundo: la vida como una insatisfacción permanente (Fausto), como un ansía desmedida, como un vacío o un hartazgo del que, al fin, solo esperamos conocer qué parte es de la luz y qué parte se lleva el diablo.

En cualquier caso, como escribe Pico della Mirandola, conviene recordar lo que Dios le dice al hombre en el último día de la creación:

Te he puesto en el centro del mundo, para que desde allí mires a tu alrededor y veas lo que hay en él. No te hemos creado ni como ser celeste ni como ser terrestre, ni como mortal ni como inmortal, para que tú determines tu propia forma con perfecta libertad y como honroso escultor y poeta, escojas para ti mismo la forma bajo la cual quieres vivir. Eres libre de degenerar hasta el mundo inferior de los animales. Y eres igualmente libre de elevarte al mundo superior de lo divino por la decisión de tu propio espíritu.

Juan Miguel González, en la firma de ejemplares

FOTOS: Manuel Callejón, Lidya Moezzi y Vicky Molina

En la foto superior de portada, de izqda. a dcha.: Vicky Molina, Manuel Salinas, Juan Miguel González, Rosa Romojaro y José Antonio Quesada

VOCALÍA DE ACCIÓN LITERARIA y VOCALÍA DE POESÍA

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